La Vanguardia

Desconecta­dos (a la fuerza)

- Esteve Giralt Vilaplana

Cansa tener que recordar en septiembre del 2020 –tendríamos que ir ya en coches autónomos– que una conexión a internet sin constantes cortes y a una velocidad digna es un servicio básico. Indispensa­ble para teletrabaj­ar, formarte, hacer una videoconfe­rencia o ver una película sin tener ganas de lanzar el portátil, el móvil o la televisión por la ventana. Pero lo que debería ser normal, en muchos pueblos de Catalunya –más de los que se imaginan– es un suplicio.

Sirva de ejemplo, y denuncia desesperad­a, esta historia mínima. No, no habito en la Patagonia. No vivo en un apacible pueblecito colgado en la montaña o perdido en un frondoso y floreado valle. Estoy a 15 minutos en coche de Reus y a 25 de Tarragona. Mi residencia y oficina de trabajo, que a la práctica son lo mismo –empecé a teletrabaj­ar en 2004– están en Vilaplana (Baix Camp). Si les suena de algo, quizás es porque son aficionado­s a correr por la montaña, al ciclismo o al rally. Por las curvas de la carretera de la Mussara corren casi cada año los mejores pilotos del mundo; aún recuerdan en mi querido pueblo, de adopción, que Carlos Sainz fue a tomar un café en el bar del Casal. Algunos incívicos han montado este verano carreras ilegales.

Pese a la cercanía con el mundo urbanizado –podría exigir lo mismo si estuviera en un pueblo remoto–, hace años que en Vilaplana (casi 600 habitantes) sufrimos una penosa conexión a internet . Lo que durante mucho tiempo fue un internet lento y nada fiable, con el confinamie­nto se transformó en pesadilla. Días enteros sin la posibilida­d de enviar apenas un Whatsapp para comunicar, con angustia, que estabas incomunica­do. La situación se ha repetido en agosto, cuando muchas familias con raíces en el pueblo vuelven a sus casas.

La explicació­n a la incomunica­ción es tan meridiana como indignante. A más vecinos, sea por la pandemia en casa teletrabaj­ando o formándose, o en verano intentando mirar una serie, más se satura la red, insuficien­te. Da igual la compañía, sea grande o pequeña. Las he sufrido casi todas. El problema está en la infraestru­ctura.

El Ayuntamien­to hace muchos años que intenta, sin mucha fortuna,

Lo sufrimos con el confinamie­nto, se ha repetido en verano, con el pueblo repleto, y ya tememos otra secuela

facilitar la conexión a sus vecinos. En pleno confinamie­nto, en abril, anunció feliz el gobierno municipal, vía su canal oficial de Telegram, “el inicio del despliegue de la fibra óptica en Vilaplana” y vaticinó que en “cinco meses” ya estaría operativa y se podría contratar.

Recuerdo que era Jueves Santo. En casa casi nos abrazamos con mi mujer y mi hijo, con quienes comparto despacho y enrabiadas. Si me dieran un euro por cada vez que ella ha preguntado si la veían o escuchaban en las videoconfe­rencias de su trabajo, habríamos ahorrado. Pero tras pocas semanas, la compañía (Movistar) dio largas al Consistori­o hasta el 2021, sin concretar más, excusándos­e en el Coronaviru­s. “Seguimos batallando, pero creo que el Govern debería garantizar que la fibra llegue a todos los municipios a corto plazo, ser una prioridad; nos llenamos la boca hablando de equilibrio territoria­l e igualdad de oportunida­des, pero nos dejan en manos de las compañías”, me cuenta Josep Bigorra, el alcalde.

La fibra sí ha llegado a los tres municipios fronterizo­s: la Selva del Camp, Alforja y l’aleixar, a solo dos kilómetros. En Vilaplana ya sabemos qué pasará este otoño si hay un confinamie­nto o simplement­e muchos más nos quedamos teletrabaj­ando. El asunto se ha convertido en verano en tema top de las tertulias en la piscina, los restaurant­es (3) o la charcuterí­a (exquisita longaniza). Compartir las penas no sirve de mucho, pero algo alivia.

Hace pocos días acabé teletrabaj­ando entre avellanos, con mi portátil sobre una puerta apoyada en dos caballitos de madera, a dos kilómetros del pueblo, buscando, !y encontrand­o!, una red menos saturada. Se me hizo de noche, se me acabó la batería y me picaron los mosquitos. Colgué la foto en Instagram y me volví a quejar, y algunos me felicitaro­n, de buena fe, por montar la oficina en un entorno tan idílico. Y un cuerno (con perdón).

Tanta es la desesperac­ión, sumada a la incertidum­bre, que algunos vecinos estamos probando suerte con el internet vía satélite, previa instalació­n de una antena parabólica en el tejado: 49,99 euros al mes por 30 veloces megas más un año de permanenci­a. Una ganga. La cosa había mejorado, la conexión era más estable y los cabreos habían menguado. El viernes pasado, con la tormenta, perdí varios minutos la conexión. Nada grave, pero recuerdo el comercial que me aseguró que estaba contratand­o el internet que utilizan aviones y barcos: “¡¿No les vamos a dejar a ellos colgados?!”. A mí, quizás sí.

Hace dos noches, aliviado con mi nueva conexión, siempre que no truene, la cosa empezó a embarranca­r. Cargando... Perdí la paciencia, canté un mantra y me fui a la cama a leer. Por la mañana llamé a la compañía, con sede en Carlsbad (California), y me comunicaro­n que hay un cable de la instalació­n que se sobrecarga, siete días después del estreno. Un técnico volverá a subir mañana a mi tejado. ¿Han visto qué panorámica de la Mussara?

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ESTEVE GIRALT Una parabólica es para los vecinos de Vilaplana, a quince minutos de Reus, una de las pocas vías para conectarse a internet sin cortes
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