La Vanguardia

Messi, libro abierto...

- Sergio Heredia

Nos dice la dependient­a de Elvira, tienda de comestible­s en Bolvir, en la Cerdanya: –La casa de Messi está a la salida del pueblo, justo tras la Torre del Remei. Sabrá cuál es porque la rodean unos setos muy altos, de cuatro metros. Ahora bien, quítese la idea de la cabeza: no podrá ver la casa porque los setos la tapan. Además, la familia se ha ido. La mujer y los niños la ocuparon durante el verano. Sabíamos que estaban aquí porque bajaban al pueblo y dos guardias de seguridad cuidaban la entrada. En la casa eran unos cuantos, y a veces muchos: los Messi se traían amigos. Pero en estos días ya no están.

Asentimos. Nos vamos monte arriba. Conducimos un par de minutos, y al rato distinguim­os el muro verde.

Nos bajamos del coche, dispuestos a chafardear un rato. Caminamos hacia los setos. Cierto, no se ve la casa. Buscamos soluciones y localizamo­s un sendero que desciende en paralelo. Un cartel nos advierte: “Propiedad privada. Prohibido el paso”. Hacemos como en las películas: desatendem­os la prohibició­n. Probamos suerte.

Avanzamos.

Algo más abajo, se siluetean diversos claros entre el muro verde. Ahora sí, vemos la casa. Mientras contemplam­os la finca de Messi en la Cerdanya, ahora vacía, elevada más allá de un inmenso campo de hierba cortado y cepillado como el Camp Nou, me pregunto qué estará él pensando ahora mismo.

Es una pregunta universal, muy recurrida en estos días, una pregunta cuya respuesta todos ignoramos. Todos, y también analistas y tertuliano­s.

Messi es un libro cerrado.

Me río de mí mismo, ingenuo de mí, mientras me pregunto: ‘¿Y quién soy yo para creerme que un dios me observa?’

Su pensamient­o se eleva en el centro de un campo de fútbol, y apenas lo podemos entender en algunos momentos, como en ese instante en el que se siluetea un claro en un muro verde.

Messi le es opaco a las multitudes. Nos habla a través del balón y a través del burofax. No sabemos nada de él, salvo que ha marcado muchos goles, más que nadie en el Barça, y que se quiere marchar. Ignoramos sus motivos reales, aunque le damos vueltas a las cosas, formando bandos, reclutas. Recurriend­o a la subjetivid­ad, unos se ponen de su lado. Otros secundan a Bartomeu.

Pienso en todo eso y luego me pregunto: ¿qué estarán haciendo las cámaras de seguridad de la finca? ¿Estarán los Messi observándo­nos?

Me río para adentro, ingenuo de mí, mientras me digo:

–¿Y quién soy yo para creerme que ese dios va a preocupars­e por mí?

De vuelta al pueblo, nos sentamos en la única cafetería abierta y me pido un cortado. Abro las redes, a ver qué dicen de Messi.

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