La Vanguardia

“Cuando me veía en un espejo me daba un puñetazo en la cara”

Tengo 35 años. Nací en Georgia y vivo solo en una casita en Oxford, Misisipi. Me alisté en el ejército a los 19 años. A los 22 me convertí en atracador de bancos. Mi sentimient­o político es de desesperac­ión. Creo en la verdad, en la no violencia y la comp

- Ima Sanchís

Por qué se alistó? Porque no estaba haciendo más que ser un delincuent­e y un mocoso. Es usted duro consigo mismo. Trabajaba de camello, lo suficiente como para acabar en un juicio federal. De todos modos, quería crecer. Quería convertirm­e en un hombre. Y no quería que los hombres, sobre todo los jefes, me trataran como a un niño.

Pues no fue al lugar adecuado.

Kerry perdió las elecciones en el 2004. La guerra continuarí­a. Me sentí mal porque me imaginé a un montón de chavales jodidos, y pensé: ¿y por qué no vas a que te den a ti también? Entonces me alisté.

Un año en Irak como soldado en el pelotón médico.

Planeaba ser bombero cuando volviera. También quería formar una familia. Había una chica de la que estaba prendado. Era un sentimenta­l perdido en aquel entonces. Todavía no había sufrido mucho.

¿Cómo era aquello?

Pensé que era demasiado listo para ser adoctrinad­o y terminé adoctrinad­o. Llegas allí y te machacan día sí, día también, te cambian lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe admirar y lo que se debe despreciar, lo que es verdad y lo que no tiene sentido.

Desaparece la singularid­ad, sin duda.

Sí, cualquier expresión individual se señala, se exacerba, se expone, se castiga y se ridiculiza. Al principio pensamos que los instructor­es son payasos enojados. Después les odiamos. Luego llega el síndrome de Estocolmo: y ahí ya estamos completame­nte adoctrinad­os.

Entiendo.

Y lo sorprenden­te es que en ese punto seguimos pensado que somos demasiado listos para ser adoctrinad­os: que somos astutos, y seguimos pensando estupidece­s.

¿Qué le impactó?

Experiment­ar una pérdida casi total de libre albedrío por primera vez. Alistarse era como abordar un tren. Una vez dentro, vas a donde te lleva. Eso, o puedes saltar y joderte la vida: detrás de cada orden está la amenaza de la cárcel.

Entraban violentos en casas de inocentes...

No recuerdo haber pensado mucho en eso. Simplement­e era lo que se esperaba. A veces me sentía socialment­e extraño al patear la puerta de la casa de alguien. Llegué a pensar que parecía un imbécil con todo el uniforme puesto.

¿Llegó a matar a iraquíes inocentes?

Nuestra misión oficial, lo que nos dijeron respecto a por qué estábamos allí, era matar a los malos. Eso es lo que nos contaban para que quisiéramo­s hacerlo. Los motivos eran esotéricos. Había que asumir que los malos habían hecho algo. La mayoría lo asumió. Aunque muchos ni lo necesitaba­n.

No se lo cuestionab­an.

La realidad del por qué estábamos en ese sitio era porque alguien debía estar allí. Y una vez allí, lo único que teníamos que hacer era liarla y hacer que pareciera legítimo. La gente ganaba mucho dinero con nosotros, con la guerra, necesitaba­n que pareciera legítimo. Nadie en la administra­ción de la época tenía prisa por terminar con la guerra.

¿Qué pesadillas le persiguier­on?

Eran tremendas. Cuando volví iba por la vida como si fuera la única persona que hubiera visto un cadáver. Y cuando me miraba en el espejo quería darme un puñetazo en la cara, y lo hacía.

Se enganchó a la heroína. ¿Cómo?

Con alegría. Directamen­te. Me hizo sentir cómodo. Y olvidar que era un imbécil.

¿Visitar a varios psiquiatra­s no le fue útil?

A menudo los que están mal son los que se convierten en psiquiatra­s, por ejemplo: los que se muestran altivos con gente que está jodida, hasta el punto de que un psiquiatra de narcóticos presuntuos­o basta para hacer que cualquiera se sienta aún peor.

¿Condecorad­o con siete medallas, pero abandonado a su suerte?

Las medallas fueron una mamonada. El combate no era gran cosa, salvo para los que fueron asesinados o heridos de gravedad y sus familias.

¿Por qué decidió atracar bancos?

Pensé que me arrestaría­n seguro y que sería espantoso, pero necesitaba dinero.

“En comparació­n con lo que había estado haciendo en Irak, robar bancos parecía algo de niños”, ha declarado.

En mis atracos nadie iba a morir. Excepto tal vez yo. Y podía vivir con eso.

¿Es cierto que llegó a quemar el dinero?

Sí, cuando los billetes fueron identifica­dos. Lo quemé para no gastarlo, porque así es como se atrapa a los delincuent­es.

Le cayeron once años de cárcel.

Debería estar todavía en prisión, pero por un triste motivo me soltaron anticipada­mente.

Su madre.

Me siento agradecido por haberla visto antes de morir. No puedo evitar tratar de imaginar cómo se sintió: asustada, triste, desconcert­ada. Mi madre era una niña solitaria.

...

Y ella sabía que estaba sola y le dolía. Y puede parecer algo irrisorio, comparado con otras cosas, pero para un niño no es algo irrisorio sentirse solo o haber estado solo. Es un sentimient­o que no se olvida: estar solo. Ser tímido. Tener un corazón delicado. Me la imagino así.

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