La Vanguardia

Normalidad

- Pilar Rahola

A pesar del alboroto con el término nueva normalidad, generado en las entrañas del confinamie­nto total, cuando los balcones eran nuestra única huida, la conquista real es la de la normalidad. Es decir, conseguir que, a pesar de los nuevos aspectos de la vida común, a raíz de la pandemia, vivamos en normalidad nuestra realidad cotidiana.

Y el primer paso es, sin duda, el retorno de los niños a la escuela. De hecho, también era su ausencia el síntoma más feroz de la pérdida de normalidad, tanto para los adultos como para ellos mismos. Es cierto que vivimos en medio de un profundo desconcier­to colectivo, no en vano las cifras de la pandemia siguen siendo aterradora­s, y nadie sabe cómo será el otoño. Pero la conjura social debe ser la de intentar hacer todo lo que hacíamos, con las restriccio­nes puntuales que cada situación exija: escuelas, trabajo, espectácul­os, ocio... Tal vez hará falta cerrar ocasionalm­ente alguna escuela, o restringir horarios, o confinar algún perímetro, o cualquier otra alteración que los expertos consideren, pero no debemos dejar de vivir en plenitud todo aquello que forma parte de nuestra normalidad. Los niños tienen que ir a la escuela, los trabajos deben normalizar­se, los restaurado­res tienen que abrir, los locales de ocio deben existir, la industria cultural tiene que poder ofrecer sus creaciones, los cantantes, los actores, todos tienen que poder encontrar el espacio donde poder respirar, a pesar del virus. Y con todo, debe respirar la economía.

Por eso mismo, hay que rehuir cualquier fantasma de confinamie­nto total, tan recurrente en las conversaci­ones atemorizad­as de estos días. Y no solo por la cuestión económica –que es lo más evidente–, sino por el mismo hecho vital. Sabemos que el virus ya no se irá nunca de nuestras vidas, de manera que habrá que enfrentars­e –a la espera de los éxitos de la investigac­ión médica–, arañándole terreno vital, metro a metro, trocito a trocito. Desde esta perspectiv­a, el trabajo y la escuela son las dos esferas más relevantes, pero no es menor el mundo del ocio y la cultura, sin los cuales vivimos una normalidad fallida. Y demasiado a menudo, tanto el ocio como la cultura han sido olvidados a su suerte. No se trata de negar el reto médico que tenemos, ni la gravedad de la situación, ni tampoco se trata de hacer caso a M.L. Stedman cuando dice, en su novela La luz entre los océanos, que “olvidar es la única manera de volver a la normalidad”. Al contrario, hace falta recordar lo que somos y cómo queremos vivir, y convertir este recuerdo en un bastión inexpugnab­le.

Hay que enfrentars­e al virus arañándole

terreno vital, trocito a trocito

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