La Vanguardia

Georges Brassens

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Leo en Le Figaro (lunes, 31 de agosto) que el próximo 22 de septiembre se subastarán en París 22 manuscrito­s –150 páginas autógrafas– de Georges Brassens (Artcurial, 7. Rond-point des Champs-élysées. 75008 París). Los manuscrito­s eran propiedad de Fred Mella, el que fuera tenor solista de los Compagnons de la Chanson, uno de los copains de Brassens, fallecido el pasado año y cuyo hijo, Michel, los pone a la venta. Los manuscrito­s son esbozos y variantes de alguna que otra célebre canción de Brassens y permiten hacerse una idea de cómo trabajaba, componía, paría canciones como Le parapluie, Les amoureux des bancs publics o Brave Margot.

Le Figaro del lunes le dedica una página entera a esta subasta, una subasta que arranca a partir de unos precios más que razonables (1.200 , 1.500 euros por página hasta alcanzar en ciertos casos los 15 o 18.000), precios “razonables” porque los tiempos que corren fuerzan a ello, pero que no me sorprender­ía que acabasen disparándo­se en según qué casos. Y es que no es habitual una subasta de Brassens como la que anuncia Arcurial. Una subasta que, en cierto modo, viene a ser el inicio de los actos del centenario de Brassens, nacido en Sète el 22 de octubre de 1921 (y fallecido, joven, con 60 años, de un cáncer el 29 de octubre de 1981). Ojalá el otoño de 2021, liberados ya del coronaviru­s, nos permita celebrar el centenario de Brassens como Dios manda, sin mascarilla y cantando juntos, sin distancias de ningún tipo, aquello de “Il suffit de passer le pont, / C’est de suite l’aventure!, / Laissez-moi tenir son jupon, / J’temmèn’visiter la nature!”.

Georges Brassens es, con Brel y Ferré, una gloria de la canción francesa, aquella canción de la que nos hablaba Jaime Gil de Biedma en uno de sus célebres poemas. Con Brel, con Ferré y con Brassens el franquismo se hacía, se hizo más soportable y la Nova Cançó, els Setze Jutges, empezafuer­a ron a volar. De los tres, Brassens es el único que no nos vino a alegrar, personalme­nte, con sus canciones, en el Emporium, en el Rigat o en el mismísimo Palau de la Música, como en el caso de Léo. ¿Por qué no vino? No lo sé. Hay quien dice que no quería actuar en Barcelona, o en Madrid, mientras Franco estuviese en el poder. No me lo creo, como no me creo que Brel no nos visitase por esa misma razón, como leo en una célebre biografía publicada en Francia. Mentida podrida. Brel actuó en el Emporium y Javier Coma (a.c.s.) y un servidor tuvimos la suerte de charlar con él toda una tarde en el hall del Avenida Palace. Brassens no vino. Vino Brel, vino Ferré, vino Trenet –uno de sus maestros, con Tino Rossi y Ray Ventura–, vino Bécaud, vino Aznavour, vino…, pero Brassens no vino. Pero estaba ahí, en la Nova Cançó, gracias, en gran parte, a

Josep Maria Espinàs, que lo había visto actuar en Francia y quedó maravillad­o por el personaje, por lo que decía y cómo lo decía. Espinàs tradujo a Brassens al catalán y lo interpretó con su guitarra. Una guitarra que, a algunos, les sentó como un tiro. “L’estil d’espinàs es pobre. No perquè sigui objectiu, sinó per una manca d’humanitat relacionad­a de molt a prop amb el gènere saltataule­lls. La guitarra, per escriure, més aviat és una nosa”, le escribía Mercè Rodoreda a Joan Sales el mes de agosto de 1962.

Sí, Brassens no nos visitó, pero estaba, estuvo entre nosotros, y tengo muy presente el homenaje que, a raíz de su muerte, le hicimos en el Romea, Paco Ibáñez, Francesc Pi de la Serra y un grupo de amigos, yo entre ellos, en compañía de Pierre Nicolas, el que su contrabajo, su compañero, su copain durante cuarenta años.

Curiosamen­te, antes de irme de vacaciones a Espot recibí un correo de mi amigo Joan Pla que me anunciaba la publicació­n de un libro sobre Brassens: Georges Brassens. Homme de Lettres. Joan Pla es todo un personaje. Barcelonés, nacido en 1941, licenciado en ingeniería por el Politécnic­o de Lausanne, metido de lleno en el mundo empresaria­l, alterna su trabajo con otra gran pasión de su vida: la navegación a vela, obteniendo un montón de trofeos, tanto nacionales como internacio­nales. Y, encima, demuestra un gran interés por la fotografía, de la que aprende, y mucho, de sus entrañable­s amigos Xavier Miserachs y Leopoldo Pomés (ver Suite Barcelona, 2018). Pues bien, a los 17 años y gracias a su profesor de matemática­s, Joan Pla descubre a Brassens, que nunca más le abandonará.

En su libro –un libro para los amigos, no a la venta–, Pla rinde un hermoso homenaje a Brassens. Recoge un montón de fotografía­s del cantante y otro montón de textos sobre él y se permite el lujo de ilustrar con dos docenas de fotos suyas algunas canciones de Brassens. Y así nos encontramo­s con que la célebre “canne de Jeanne”, la pata de Jeanne Le Bouniec, “la otra madre” de Brassens, se convierte en… ¡un cisne! Un milagro que, todo sea dicho, se agradece frente a aquella insípida “oca d’en Roca” del amigo Espinàs. Javier Coma sostenía que el tal Roca no era otro que nuestro condiscípu­lo de la Facultad de Derecho de finales de los cincuenta Miquel Roca Junyent. Toma castaña.

¿Brassens, hombre de letras? Para mí fue un gran poeta y, a la vez, un enamorado de la música. Su música, como él confesó, era el jazz. Jef Kessel y Marcel Pagnol intentaron, sin éxito, que presentase su candidatur­a a la Academia Francesa. “Je ne rentrerai à l’académie qu’aprés Charles Trenet”, les respondió. Vamos, que no se veía “inmortal”. Ya lo es.

Con él, con Brel y con Ferré el franquismo se hizo más soportable y els Setze Jutges empezaron a volar

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KEYSTONE-FRANCE / GETTY Georges Brassens, en un concierto en el Olympia de París,en 1961
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JOAN DE SAGARRA

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