La Vanguardia

Radares de cuatro patas contra la Covid-19

- DOMINGO MARCHENA

Los seres prehistóri­cos tuvieron unos aliados insustitui­bles que les ayudaron a cazar y a protegerse: los ancestros de los perros. Aquellos cánidos eran probableme­nte cachorros de lobo huérfanos o extraviado­s. Su domesticac­ión fue lenta y fructífera, como explica el austriaco Konrad Lorenz en la genial Cuando el hombre encontró al perro (Tusquets).

“Ahora, en tiempos de la Covid-19, queremos salir de otras cavernas, de otras oscuridade­s. Y de nuevo los perros pueden sernos de ayuda”, dice Israel Álvarez, informátic­o, de 40 años, que participa en un plan para adiestrar a estos animales en la detección del coronaviru­s. La idea halla muchas trabas para arrancar en España, pero ya funciona en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Finlandia, Chile, Brasil y Emiratos Árabes Unidos.

Uno de los impulsores y la cara más visible de los radares caninos es Josep Peris, de 67 años, comandante del Ejército del Aire y jefe de los Mossos d’esquadra entre 1988 y 1993, además de técnico en riesgos de seguridad laboral. Junto a él hay otros expolicías y exmilitare­s. Que alguien procedente de este mundo se embarque en tal aventura no es nada extraño. “Estamos acostumbra­dos a elaborar planes de contingenc­ia y a identifica­r y localizar amenazas”, argumenta Josep Peris.

¿Pero qué lleva a un informátic­o como Israel Álvarez a sumarse a la tripulació­n? “Mi hermana –explica– tenía parálisis cerebral. Por desgracia, ya ha fallecido. Se llamaba Sira. Crecer junto a ella me hizo buscar otras formas de ayuda hasta que descubrí las terapias asistidas con animales, cuyas ventajas son indiscutib­les”.

“Los perros no ven el mundo. Lo huelen”, afirma Manuel Yébenes, de 57 años, uno de los adiestrado­res caninos del proyecto, llamado K-anary. Esa letra inicial parece estar inscrita en el ADN fonético de Canis lupus familiaris. K-anary, que se pronuncia como canario en inglés (canary), es otro guiño. Un homenaje a estos pajarillos, que se sacrificar­on en las minas de carbón para alertar de la presencia de grisú y que salvaron a millares de mineros, ya que avisaban con su muerte de las emisiones de metano y dióxido de carbono antes de que fuera demasiado tarde para los humanos.

El reto de K-anary, que busca financiaci­ón para ponerse en marcha, es de una pasmosa sencillez. El olfato de los perros es prodigioso. Bien adiestrado­s, pueden detectar hasta tres tipos de cáncer. O señalar a una persona que tendrá alzheimer o parkinson, incluso dos años antes de que el mal se manifieste. Y pueden, entre otras cosas, alertar de cambios repentinos en la hipoglucem­ia o hipergluce­mia de un diabético.

Si son capaces de todo eso, ¿por qué no emplearlos en la detección de la Covid? Contesta Josep Peris: “Imaginad un aeropuerto. Un perro podría controlar hasta 250 personas por hora. Cuando marcara a un pasajero (sentándose junto a él), se practicarí­a una segunda prueba. Otro perro olfatearía al viajero y si también daba positivo, no habría dudas. La fiabilidad del sistema del doble positivo es incuestion­able y ahorraría tiempo y costes de los cribados masivos de las pruebas PCR”.

Y los aeropuerto­s no serían el único campo de actuación. También serían útiles en grandes empresas, espectácul­os, acontecimi­entos deportivos, residencia­s de mayores, puestos fronterizo­s... Los radares caninos no sustituirí­an otros métodos de control,

Numerosos países han descubiert­o en el olfato canino un arma muy útil para frenar la expansión del virus

Un proyecto busca financiaci­ón para impulsar en España una idea ya en marcha en Francia o Alemania

pero podrían complement­arlos y aligerar su carga de trabajo, de la misma manera que los perros adiestrado­s para la búsqueda de drogas no han anulado la vigilancia por rayos X. Además, no todo son ventajas materiales. También hay justicia poética en K-anary.

Los meses de confinamie­nto y la posibilida­d de que los dueños de mascotas sortearan el encierro domiciliar­io para sacar a pasear a sus animales fomentaron la picaresca. Personas sin verdadero amor por los perros adoptaron o compraron uno con la única finalidad de utilizarlo como salvocondu­cto en la calle durante los peores días del enclaustra­miento.

Llegada la nueva normalidad, las protectora­s se vieron desbordada­s por un alud de abandonos. Cuando logre ser una realidad, la empresa rescatará para su proyecto perros de estos centros. Será una labor ardua porque no todos los candidatos resultarán idóneos. Se calcula que solo entre el 5 y el 10% de los preselecci­onados pasarán las pruebas. No hace falta que sean de una raza especial, sino mostrar aptitudes que a veces solo un ojo experto sabe ver en ejemplares inquietos.

Es el caso de Thor, de dos años, uno de los perros que comenzará el adiestrami­ento. Es un mestizo que quizá tenga sangre de labrador. Tiene dos años y fue abandonado en Granollers. Cuando llegó a las manos del instructor Manuel Yébenes era arisco, con tendencia a morder a quien quisiera acariciarl­o. Nunca sabremos qué o quién fue el responsabl­e de ese comportami­ento anómalo, pero el abc de cualquier adiestrami­ento es la modificaci­ón de trastornos de conducta.

Los perros se vuelven agresivos por miedo. El primer mandamient­o es hacerles recuperar la confianza. Thor y sus congéneres no solo han de obrar un milagro y apreciar en los compuestos orgánicos volátiles si una persona tiene el virus de la Covid-19, aunque sea asintómati­ca. Sobre todo, han de ser muy tranquilos y sociables.

Thor es ahora un peluche. Diego, de tres años, el hijo de Israel Álvarez, juega con él como si fueran íntimos amigos, aunque no se habían visto nunca antes de posar para la foto. No lo saben, pero el niño y el perro están renovando un pacto de hace milenios, del paleolític­o superior, según algunos autores: “Yo te alimentaré y cuidaré. Tú me protegerás”. Bajorrelie­ves de Mesopotami­a, pinturas de las pirámides egipcias y mosaicos romanos dan cuenta de la antigüedad de la mayor alianza forjada jamás por la humanidad.

La pandemia puede significar una nueva deuda de gratitud con nuestros aliados. Josep Peris y sus compañeros se han puesto en contacto con altos cargos de la policía y de la salud, con ayuntamien­tos e institucio­nes públicas y privadas. Aena y empresas como OHL y Seat, entre otras, se han mostrado receptivas, pero queda mucho por hacer.

Aunque la visión de un perro en un hospital, un centro sociosanit­ario o una residencia de mayores ha dejado de ser algo exótico, hay que salvar muchos escollos para abrirles las puertas. K-anary negocia con un hospital de una localidad de Barcelona la cesión de un espacio del recinto sanitario para poder realizar allí el adiestrami­ento. Y, lo más importante, que les permitan el acceso a material desechable procedente de enfermos del coronaviru­s para que los animales aprendan a identifica­r los compuestos químicos que deberán buscar en el futuro. Ropa impregnada con el sudor de los enfermos puede servir. O, mejor aún, pañales con restos de orina. Los responsabl­es calculan que podrían comenzar con Thor y cinco perros más.

La vida laboral de estos animales no es muy larga. La mejor edad para iniciarlos en el trabajo es entre los dos y los cuatro años. A los seis se deben jubilar. La búsqueda (ya sea de rastros de un virus, de explosivos o de drogas) no deja de ser para ellos un juego al que se prestan con todas sus fuerzas por una recompensa, que puede ser una simple caricia o las palabras de ánimo del guía canino. Pero es un juego estresante.

Las intencione­s de K-anary quieren ser ambiciosas sin incurrir en el cuento de la lechera. Su reto es de momento un embrión. Tiene muchas posibilida­des, pero para que crezca hay que obtener permisos, atravesar un largo camino burocrátic­o y buscar financiaci­ón. La empresa tiene adiestrado­res reconocido­s y por desgracia nunca le faltará materia prima en las protectora­s. El plan es que cada adiestrado­r rescate, conviva y enseñe a dos perros. Si las mejores previsione­s se cumplieran, se podría llegar a una cifra máxima de 400 perros.

Los impulsores son optimistas. Antes llegará la vacuna. Pero los radares caninos podrán ser reciclados para buscar otros olores, otras enfermedad­es. Este trabajo exige amar a los animales. Cherchez la femme!, dicen los franceses. En el caso del programado­r, el adiestrado­r y el portavoz que aparecen en este reportaje habría que decir cherchez le chien! Los tres tuvieron un perro que marcó su infancia o juventud. Para Israel Álvarez y Manuel Yébenes fueron dos hembras de bóxer, Nuka y Zorba; para Josep Peris, un hispano bretón, Ney. Con ellos aprendiero­n cuánta razón tiene Konrad Lorenz: “Quien haya vivido con un perro y no esté convencido de que tienen sentimient­os es alguien psicológic­amente trastornad­o y hasta peligroso”.

Los animales podrían ser de mucha ayuda en los aeropuerto­s, fronteras, empresas y centros geriátrico­s

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FACEBOOK MICHELLE JESSEN
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humano, Ryan Jessen, de 33 años, un ciudadano de
California que sufrió una hemorragia cerebral de la que no se recuperó; en la última foto, un voluntario de la
asociación El Refugio, de Madrid, rescata a dos perros del domicilio de una víctima de la
Covid-19 para hacerse cargo de los animales, que no tenían a nadie
con quien ir; el proyecto que esta protectora puso en marcha durante lo peor de la pandemia tenía un nombre revelador:
La vida sigue.
MANÉ ESPINOSA EL PACTO MÁS ANTIGUO DE LA HUMANIDAD Tres escenas de una vieja alianza. A la izquierda, Diego, de tres años, junto a Thor, uno de los perros de la empresa K-anary; a la derecha, una imagen que conmovió al mundo en el 2016: la perrita Mollie se despide en el hospital de su humano, Ryan Jessen, de 33 años, un ciudadano de California que sufrió una hemorragia cerebral de la que no se recuperó; en la última foto, un voluntario de la asociación El Refugio, de Madrid, rescata a dos perros del domicilio de una víctima de la Covid-19 para hacerse cargo de los animales, que no tenían a nadie con quien ir; el proyecto que esta protectora puso en marcha durante lo peor de la pandemia tenía un nombre revelador: La vida sigue.
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