De Santa Sofía al Estado moderno
La basílica de Santa Sofía en Estambul es una joya arquitectónica, un templo cristiano erigido para rendir culto a Dios. Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna como Estado laico, decretó que Santa Sofia fuera un museo y no una basílica ni una mezquita. Recep Tayyip Erdogan ha cambiado su estatus y la ha convertido en un lugar de culto musulmán. Turquía, que sigue siendo “oficialmente” estado laico, ha dejado de serlo de facto, y “el sueño de una Turquía vaciada de cristianos pero occidental”, como decía Jordi Joan Baños en este mismo diario, “ha recibido un baño de realidad”. Nos encontramos con un Islam más radical o politizado que no puede admitir que ninguna esfera de la vida quede fuera de su influencia, y un Islam dialogante con el cristianismo capaz de firmar un documento sobre la fraternidad humana con el papa Francisco (Documento de Abu Dhabi, 2019).
El proceso de secularización llevado a cabo en Occidente ha llevado a la laicidad –que no laicismo– del Estado, lo cual ha sido beneficioso tanto para el Estado como para el cristianismo. Occidente ha dejado atrás los regímenes teocráticos, y los diferentes ámbitos de la vida de las personas disfrutan de plena autonomía. Nuestro Estado es, pues, un estado laico que respeta la Iglesia y el ejercicio de las diferentes creencias religiosas.
Por su lado, la Iglesia no pretende ser ni una extensión del Estado ni una muleta suya. Ni la Iglesia ni los gobernantes lo permitirían. Por este motivo, no se puede decir que en nuestra casa exista la pretensión de crear una Iglesia catalana “galicana”, como se ha dejado entrever desde algunas posiciones y que, de manera inteligente, ha contestado el Dr. Ramon Corts en este diario. De lo contrario, la causa independentista, tan legítima desde el punto de vista político como la no independentista –o al revés–, solo admitiría partidarios o contrarios, de manera parecida a un credo religioso que solo admitiera fieles o infieles.
Como afirma el Concilio Vaticano II, “en una sociedad pluralista” conviene “tener un concepto justo de la relación entre la comunidad política y la Iglesia, y distinguir claramente entre aquello que los cristianos, separadamente o en grupo, hacen por su cuenta como ciudadanos, movidos por la conciencia cristiana, y aquello que hacen en nombre de la Iglesia”. De ahí que, añade el Concilio, “en razón de su función y de su competencia” la Iglesia no se confunde para nada con la comunidad política ni está ligada a ningún sistema político”, siendo “al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana” (Gaudium et spes, 76). Tanto a los que querrían un apoyo inequívoco como a los que desde otras posiciones políticas acusan a los primeros de galicanos, les convendría recordar estas palabras . Que el fervor político no nos reseque el espíritu. Como escribía el obispo Torras i Bages, ahora hace 120 años, la Iglesia como institución no se puede ligar “a esta o aquella otra de las corrientes [políticas] que hay hoy en el catalanismo. La Religión es como el aire, que todo el mundo lo tiene que respirar” (Carta a Ricard Permanyer, 28/I/1900).
En este sentido, en relación a los hechos del otoño del 2017, querría subrayar la actuación valerosa del cardenal Omella que se mantuvo en todo momento dentro de lo que tiene que ser la autonomía y la neutralidad de la Iglesia. Ha habido palabras inquietantes por parte de algunos dirigentes políticos contra la persona del cardenal, dejando entrever que no se había implicado suficientemente en la situación creada. Hay que decir que el cardenal, con espíritu de diálogo constructivo, se puso a disposición de unos y otros con el fin de encontrar una solución conjunta.
Aparte de las diversas opciones políticas democráticas que tienen que ser respetadas por la Iglesia y como corresponde a un Estado democrático, hay una cuestión que hay que tener siempre presente: el objetivo de la política no es otro que garantizar la convivencia de los ciudadanos en paz, libertad y justicia. Procuremos crear concordia y no confrontación o división. Recordémoslo en vísperas del 11 de septiembre. Al menos, desde la Iglesia que peregrina a Catalunya nos implicaremos con todas las fuerzas que sea así.
Ha habido palabras inquietantes por parte de algunos dirigentes políticos contra el cardenal Omella