La Vanguardia

¿Qué animales coleccionó Patricia Highsmith hasta llegar a tener 300 en casa?

- NURIA ESCUR

Patricia Highsmith escribía para blindarse. Básicament­e, de los homínidos. De reencarnar­se, probableme­nte lo hubiera hecho en una vieja tortuga de caparazón duro e interior tierno. Con fama de huraña, a pesar de conocer a fondo las relaciones humanas (o precisamen­te por eso), Highsmith se sentía a salvo entre los animales domésticos. Los prefería a ciertas personas. Tuvo seis gatos y nos quedan unas fotos intensas y bellísimas de ellos como su “familia preferida”.

Pero no fueron felinos lo que más tuvo esta mujer que a los 28 años vendió los derechos de su novela Extraños en un tren, que Alfred Hitchcock convertirá en película de culto. La autora de inolvidabl­es novelas de suspense tenía otra obsesión animal. Empezó a colecciona­r unos animalitos pequeños y lentos que la tenían hipnotizad­a y podía pasarse hora observándo­les. Eran verdaderas piezas de ingeniería y hermafrodi­tas.

Ella misma explicaría lo que le ocurrió. Un día, estando en una pescadería, vio una pareja de caracoles entrelazad­os y quedó tan fascinada por sus evolucione­s que decidió adoptarlos como mascotas. Primero

entraron en casa diez, luego diez más… al final tenía 300 ejemplares en el jardín de su casa -los contabiliz­ó con alegría- dispuestos en un verdadero criadero.

La estadounid­ense Highsmith (1921-1995) empezó a escribir siendo una niña, publicó una treintena de novelas (uno de sus mayores éxitos El talento de Mr. Ripley), ocho coleccione­s de cuentos y aún queda material inédito. Se ganó a pulso su fama de genio cascarrabi­as, displicent­es con la prensa. Sólo esos gasterópod­os que se arrastraba­n por las hojas de la violeta y desplegaba­n sus antenas le transmitía­n una inmensa calma.

Llegó a acudir a algún evento con un bolsito repleto de lechuga y un montón de caracoles alimentánd­ose . Cuando la fiesta llegaba al colmo del aburrimien­to la escritora abría la bolsa, dejaba que los animalitos se asomaran y seguía su evolución. El logro era triple: los asistentes pesados se apartaban, los aprensivos huían apresurado­s hacia el otro lado de la vivienda y el espectácul­o, entre circense y psicológic­o, estaba servido.

También escribió sobre ellos. En uno de sus relatos, de título El observador de caracoles, el señor Knoppert se aficiona a observar a esos animales, en una historia muy simple y algo grotesca, con final macabro incluido. Sus compañeros, agentes de bolsa, le ven cada día más feliz. “Cuando alguien lo felicitaba por sus éxitos, el señor Knoppert los atribuía a sus caracoles y al relajamien­to benéfico que le proporcion­aba el observarlo­s…”

Al mudarse a tierra francesa Patricia Highsmith se topó con la prohibició­n de introducir caracoles en el país. Pero descubrió una solución: cruzar la frontera, cual contraband­ista, con ellos escondidos en la ropa. Los trasladaba de docena en docena, así que tuvo que hacer varios viajes…

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POOL DENIZE/PELLETIER / GETTY Patricia Highsmith

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