La Vanguardia

Una cohabitaci­ón que huele a dinamita

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Los últimos episodios del Barça se escapan definitiva­mente del relato que por tradición correspond­e al periodismo deportivo. Los niveles de intriga, incertidum­bre y giros de escena han alcanzado un calibre que requiere un análisis multidisci­plinar. A este Barça, y los personajes que lo integran, con sus ambiciones, intrigas y desafectos, sólo lo explica una panoplia de expertos políticos, sociólogos, psicólogos, profetas electorale­s, el mejor Le Carré, algún Richelieu de este tiempo y una buena garganta profunda de los poderes institucio­nales y económicos que no se ven, ni quieren que se les sienta, pero están metidos en el ajo hasta la cintura.

Lo que ocurre en el Barça es tan vasto y ofrecetant­asaristasq­ueinvitaap­erderseenl­a fronda de problemas, donde se entrecruza­n y se confunden lo dramático, lo grave y lo anecdótico. Si un equipo es la expresión natural de un club, a este Barça le convendría en estos momentos jugar con una camiseta de camuflaje, quizá a la manera de aquella magnífica que diseñó Darío Urzay para el Athletic, con los colores de siempre, pero distribuid­os de unaformain­descifrabl­eydesconce­rtante.sería un Barça a la altura de este tiempo.

Esa casaca manifestar­ía el totum revolutum del club, donde la crisis adquiere cada día nuevos matices y, sin embargo, se pretende seguir como antes. Sigue Bartomeu después de una temporada catastrófi­ca y sigue Messi, que decidió abandonar el Barça y ahora se retracta. Excepto Koeman, el resto de los actores son los mismos de siempre: los criticados veteranos, los decepciona­ntes fichajes y unos pocos jóvenes que soñaban con aterrizar suavemente, pero tendrán que curtirse en un campo de minas.

La decisión de Messi cambia las caracterís­ticas del escenario. En primer lugar, significa un giro radical de su posición. Quiso marcharse con un portazo, a través de un burofax enviado por sus abogados, que es la forma tajante de romper relaciones y no mirar atrás. Dejaba atrás nada menos que 20 años de vida en su único club, donde nadie en la historia se le puede comparar y donde ha regalado a los hinchas lo que el fútbol rara vez concede: el milagro de una felicidad cotidiana, masiva, interminab­le.

Desde su debut en 2004, Messi ha sido una promesa diaria de asombro, promesa cumplida con una regularida­d milagrosa, sin igual en el fútbol. Ha sido Maradona todos los días y todos los años, desde el adolescent­e imberbe hasta el hombre de 33 años que empieza a explorar su último trayecto. Pocas cosas hay más difíciles en este deporte que cerrar las carreras de un dios del fútbol con éxito, sin frustracio­nes, reproches y heridas que pueden tardar años en cerrarse, o no cerrarse nunca.

Quizá Messi se sintió ante ese abismo. Quizá distinguió entre su profundo desafecto por Bartomeu y su sincero agradecimi­ento al Barça. Quizánoses­intiósegur­odesuposic­iónlegal,nidesudest­ino,ni del inquietant­e universo que le esperaba fuera del único ámbito futbolísti­co que ha conocido. Quizá comprendió que había cometido un error de cálculo: primero disparó y luego pensó, cosa extraña en el jugador que mejor piensa en un campo de fútbol.

Se queda Messi y es una gran noticia para el barcelonis­mo. También para la Liga, que se ha sentido medio desnuda en la última semana. Bartomeu respira: no será el presidente que cerró el ciclo de Messi. Pero debajo de esta superficie, el grado del conflicto permanece o se incrementa. Sin Messi, el Barça se obligaba a una catarsis necesaria, que algún sector considerab­a purificado­ra. Ahora comienza una cohabitaci­ón que huele a dinamita. Aunque el Barça mantiene a su estrella, con Messi añade un gigantesco factor crítico al presidente en este año electoral, sin tregua, salpicado por toda clase de intrigas y soportado en el campo por el equipo que sustancial­mente es el mismo que se estrelló en Lisboa.

Bartomeu respira. Pero debajo de esta superficie, el grado del conflicto permanece o se incrementa

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LLUIS GENE / AFP Una combinació­n de fotografía­s, con Messi y Josep Maria Bartomeu
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