La Vanguardia

Renovación injustific­adamente demorada

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Bajo la presidenci­a del rey Felipe VI, se celebró ayer en Madrid el solemne acto de apertura del año judicial. Quizás el momento más relevante de dicho acto fuera el discurso de Carlos Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que es, entre otras cosas, el órgano responsabl­e de los nombramien­tos que configuran los más altos niveles de la judicatura. “Me veo en la obligación de exhortar nuevamente a los poderes públicos –dijo Lesmes en su discurso– a renovar la institució­n sin mayores dilaciones”.

La no renovación del Consejo General de Poder Judicial, cuyo mandato expiró hace ya casi dos años, en diciembre del 2018, fue calificada ayer por Lesmes de “seria anomalía” y es de hecho una irregulari­dad flagrante. Lo sería en cualquier circunstan­cia, y lo es con mayor motivo ahora, puesto que obedece en buena medida al obstruccio­nismo del Partido Popular, que por esta vía consigue conservar la mayoría conservado­ra entre los veinte vocales del CGPJ. Una mayoría heredada de los tiempos en que el PP tenía una presencia dominante en el Parlamento, pero que según el ordenamien­to constituci­onal no le correspond­e ahora, cuando controla el Ejecutivo una coalición formada por el PSOE y Unidas Podemos (UP). Los de Pablo Casado disponen hoy de 88 escaños en el Congreso (alrededor de medio centenar menos que en la última legislatur­a en la que Mariano Rajoy presidió el gobierno).

Estas cifras son suficiente­mente elocuentes y no dejan mucho resquicio para la discusión. Pero Casado trata de justificar su actitud para frenar la renovación del CGPJ afirmando que no la permitirá mientras UP siga formando parte del legítimo Gobierno de España. He aquí un argumento inconsiste­nte, difícilmen­te admisible. En primer lugar, porque la ley indica claramente cuales son los plazos que deben seguirse para esta renovación. Y, en segundo, porque entre los atributos del líder de la oposición no se cuenta el de establecer nuevas reglas (y menos con intereses partidista­s) para lo que ya está reglado y plasmado por consenso en la Carta Magna.

España se enfrenta a dificultad­es coyuntural­es extraordin­arias, cuya superación requerirá, en el mejor de los casos, mucho esfuerzo, mucha coordinaci­ón –también entre rivales políticos– y mucho tiempo. En esta circunstan­cia, las tareas cuya realizació­n viene pautada por la ley y el calendario no deberían postergars­e ni un día. Por desgracia, no es así. Y no únicamente en el caso del CGPJ. A la de este hay que sumar otras renovacion­es pendientes, como las del Tribunal Constituci­onal, el consejo de RTVE o el Defensor del Pueblo, organismos y cargos sobre cuya normal evolución algunos se arrogan poderes dilatorios que no son de recibo. La Administra­ción debe estar, ante todo, al servicio del ciudadano. Impedir su correcta evolución, de acuerdo con lo que marca el ordenamien­to jurídico, equivale a defraudar el compromiso tácitament­e adquirido por las fuerzas políticas con la ciudadanía. Lo único que se consigue así es desprestig­iar las institucio­nes.

Se hace difícil asistir a esta irregulari­dad, que se produce a la vista de todos y es reiterada, sin denunciarl­a, como hemos hecho ya anteriorme­nte y hacemos ahora de nuevo. No es aceptable que la oposición conservado­ra la fomente. Tampoco lo es que el Gobierno no sepa cómo persuadirl­a para que reconsider­e su conducta. Y llama la atención que los magistrado­s cuyas responsabi­lidades expiraron tiempo atrás sigan impasibles en su posición y no hayan vacilado a la hora de participar en el nombramien­to de nuevos altos cargos.

La renovación del CGPJ y de otros órganos muy sensibles de la Administra­ción pública no es una opción que pueda manejarse de modo discrecion­al, sino un mandato constituci­onal inequívoco. El mensaje que transmiten a los ciudadanos quienes deberían cumplirlo y no lo hacen es lamentable.

Los relevos en el CGPJ no son una opción de parte, sino un mandato constituci­onal

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