La Vanguardia

‘La collares’, señora de Meirás

- Núria Escur

Antes de dinamitar el pazo, los herederos de Franco decidieron vender algunas de las joyas de Carmen Polo, a quien, más allá de los episodios de Cuéntame, en todas las casas españolas conocíamos, entrañable­mente, como la collares.

Quisieron, pues, venderlas en una subasta de Christie’s, pero el resultado fue nefasto. No interesaba­n. Y aunque se deshiciero­n de algo, a bajo precio, por supuesto no se llevaron los 400.000 euros en que habían calculado la jugada. La sortija de diamantes –¿de casada?– de doña Carmen no se vendió.

Ahora que ya se ha pronunciad­o la justicia, que vuelve el pazo a ser del pueblo, por resumir, imagino a doña Carmen, señora de Meirás, paseando por sus salas de tresillos napoleónic­os, derecha como si se hubiera tragado una escoba, a punto de ser atacada por una de esas lámparas mil cristales de araña. Y con su collar de perlas de tres vueltas.

Otra cosa fue la leyenda del pánico que generaba en las joyerías. Esa no sé si creerla del todo. Cuentan que cuando doña Carmen tenía que visitarles, algunas cerraban por no verse en la obligación de tener que regalarle una pieza valiosa sin recibir un duro a cambio. La fama de los simpas de Carmen Polo no tiene fin, puede que tampoco fundamento, pero ilustra, ilustra…

Volviendo al principio, parece que Mariola es la que conservaba y atesoraba las alhajas más personales de la abuela. En las fotos y en el nodo, si ustedes cierran los ojos las recordarán, la esposa de Franco las lucía sobre ropas negras o debajo de mantillas.

Nada, los pendientes en forma de pera, de Cartier, también se malvendier­on. El collar art déco de esmeraldas y diamantes viejos, rosado, platino y oro, valorado en unos 100.000 euros, salió por mucho menos. ¡Ay, qué pena! La Asociación para la Recuperaci­ón de la Memoria Histórica elevó su queja –que comparto– al embajador español en Londres. Parecía una broma que la familia de un dictador capitaliza­ra un patrimonio surgido de la corrupción.

La justicia es lenta, pero el tiempo pone las cosas en su sitio, oigo que concluye una vecina gallega sin soltar el mocho. Muchos años batallando. Mucho tiempo gastado hasta restañar lo sudado. La cantidad de reuniones, fiestas, festejos, desayunos, acuerdos, broncas, humo de puros y copas de coñac que habrán invadido ese pazo de Meirás, pone los pelos de punta. Si las paredes hablaran. Añadía Monedero: “Estos sí que eran okupas”.

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