La Vanguardia

No os mováis mucho

- Francesc-marc Álvaro

Aveces, la tristeza aparece de golpe. Catacrack. Y no lo arreglas con tres whiskies, ni con Netflix, ni escuchando I will survive a toda castaña. Eso sucedió, un día de estos, en un encuentro de personal docente de un centro que arranca el lunes. Se trata de profesorad­o que se reúne para recibir indicacion­es detalladas sobre los protocolos que hay que seguir este nuevo curso. Imaginen la escena: personas con mascarilla, sentadas en un aula grande, guardando la distancia y escuchando las (no siempre fáciles) explicacio­nes de uno de los responsabl­es académicos (también con mascarilla), convertido en una especie de enfermero-psicólogo-bombero y consejero espiritual.

En este centro –como en otros– se ha implantado una modalidad híbrida de enseñanza, eso significa que todos los grupos de asignatura se partirán y una mitad dará la clase presencial­mente y la otra mitad desde casa, mediante una cámara, por turnos semanales. El profesor deberá dirigirse a los estudiante­s presentes y también a los que seguirán la sesión desde el hogar, lo cual le obligará a tener en cuenta algunos condiciona­ntes técnicos. Por ejemplo, hablar sin desplazars­e. Para que el sonido llegue lo más nítidament­e posible a los que escuchan desde el otro lado de la pantalla.

“Sobre todo, no os mováis mucho”, dice el miembro del equipo directivo a los compañeros que deben estrenarse en este nueva manera de impartir clase. “Si os movéis, si andáis por la tarima, el micro no captará vuestras palabras”, añade. Algunos docentes reunidos se miran los unos a los otros, pero con la discreción que regala la mascarilla. Para broche: “Lo mejor es que deis la clase siempre desde este punto” y, entonces, el coordinado­r señala un lugar concreto de la tarima. Se hace un gran silencio. En otros tiempos, habría habido risas y se bromearía.

Con este silencio, la tristeza penetra en la reunión y ya no se va. No es una tristeza dramática, no exageremos. Llamémosle tristeza pero también puede ser desconcier­to, fatiga, resignació­n, no se sabe qué. Seamos prácticos: tristeza resume el espíritu crepuscula­r que se ha apoderado de los reunidos. ¿Tristes por qué no podrán deambular mientras explican su materia? No exactament­e. Los protocolos se entienden. Tristes (desconcert­ados, fatigados, resignados) porque con tantas prevencion­es y nuevas directrice­s tienen miedo de perder aquello especial que los mueve a ponerse ante los alumnos. Aquello que es el centro de su vocación. Cuando termina la reunión, se escucha, desde el fondo, la frase del año: “¡Qué mierda, compañeros!”.

Se hace un gran silencio; en otros tiempos, habría habido risas y se bromearía

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