La Vanguardia

No hay secretos a voces

- Quim Monzó

Ultzama es un bonito municipio navarro donde no tan solo hacen queso y cuajada sino que –pocas bromas– vio nacer a Manuel Irurita, obispo de Barcelona en honor del cual la calle del Bisbe llevó su nombre durante el franquismo.

Uno de los pueblos que forman el mencionado municipio es Arraitz-orkin. En este pueblo hay un problema con la velocidad de los coches que circulan por la N-121A, que pasa por el centro de la población. Ocho mil coches pasan cada día, y el proyecto de remodelaci­ón que prepara el Gobierno de Navarra ni siquiera prevé una variante. Como muchas casas están junto a la ruta y los vehículos van a toda pastilla, los vecinos han montado una estructura que simula un radar de tráfico. Los conductore­s lo ven y, acojonados por la posibilida­d de una multa, reducen inmediatam­ente la velocidad.

El alcalde de Ultzama, Martín Picabea, ha explicado al programa Hoy por

hoy –que con mano firme conduce Àngels Barceló– que es un gesto quizá simbólico pero que funciona, porque hace que la gente frene. Dice el señor alcalde: “Está claro que, cuando hay posibilida­d de que nos vayan a denunciar, ya vamos con más cuidado. Vivir ahí tiene que ser un lastre, entre el ruido, la dificultad para atravesar la carretera o el simple hecho de incorporar­te a la vía cuando sales de casa”.

Los radares de tráfico fueron creados a finales de la década de los cincuenta por una empresa neerlandes­a fundada por el corredor de rallies Maurice Gatsonides. Ni que decir tiene que, al poco de implantars­e en medio mundo y parte del otro, mucha gente empezó a intentar encontrar maneras de engañarlos. Los detectores de radares, por ejemplo. Las autoridade­s no tardaron en decidir que allí donde no llegan los radares de verdad pueden llegar los falsos, para confundir al personal de tal manera que –incapaces de saber si un radar es de verdad o simulado– los conductore­s reduzcan la velocidad. En Francia, cuando todavía era primer ministro Manuel Valls, en el 2015 instalaron diez mil de estos aparatos engañosos. “Las carreteras de Francia no tienen que ser un cementerio”, dijo entonces el ínclito hortense. De forma que bajo sus auspicios el número de radares –sobre todo falsos, pero también algunos verdaderos– se multiplicó por cuatro.

Pero lo que no hicieron las autoridade­s francesas fue avisar de cuáles eran falsos y cuáles no. Si avisas qué radares son de pega, la gente ya no se los cree y el invento no funciona. Esto es exactament­e lo que ha hecho en Navarra el alcalde Picabea con sus declaracio­nes a la Ser. No le pidas peras al olmo.

Allí donde no llegan los radares de verdad pueden llegar los falsos

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