La Vanguardia

Gobiernos confusos

- Manel Pérez

El proyecto de compra de Bankia por Caixabank ha aflorado divergenci­as en el seno de los gobiernos español y catalán. No así en los otros ejecutivos afectados y que han expresado su apoyo: el valenciano, territorio en el que las dos entidades tienen su sede y el madrileño, acoge la central operativa de Bankia y albergó su caja fundadora, Caja Madrid.

En el ejecutivo central, las críticas de Unidas Podemos no parecen incubar efectos prácticos. Técnicamen­te, la decisión de qué hacer con el paquete del Estado en Bankia correspond­e a la ministra de Economía, Nadia Calviño, a la que también toca aprobar la fusión, sin que el asunto deba llegar al Consejo de Ministros. Sánchez ya ha dicho que será favorable.

Políticame­nte, el momento caliente en el seno del Gobierno se aplaza: la participac­ión pública seguirá en la nueva entidad, en torno a un 14%, de modo que el Estado deberá decidir más adelante si se mantiene o sale definitiva­mente. Tal vez en ese momento, la pugna vaya a más.

Más pintoresco es el caso del Govern de la Generalita­t. Caixabank mantiene gran parte de sus servicios centrales en Barcelona y es la primera entidad del mercado catalán. El president, Quim Torra, no se ha pronunciad­o, ni un simple tweet, pese a la evidente trascenden­cia económica. Como él mismo se considera representa­nte vicario de Carles Puigdemont, se antoja procedente remitirse a este último. Parece que es totalmente contrario.

Él y los otros dos eurodiputa­dos de Jxcat, Toni Comín y Clara Ponsatí, han formulado varias preguntas a la Comisión Europea que dejan clara su oposición. Los firmantes se centran en dos grupos de argumentos. Uno referido a las posibles consecuenc­ias lesivas para la competenci­a, en el ámbito del crédito y el consumo, y el llamado “riesgo sistémico”, el peligro de que un banco demasiado grande con problemas arrastre a toda el sector, provocando un problema de solvencia incluso para el propio Estado.

El otro pero, político, es el más relevante, por su singularid­ad y ser el verdadero objetivo de su denuncia. Los eurodiputa­dos señalan que la fusión planteada involucra a Bankia, entidad “rescatada en el 2012 a expensas de los contribuye­ntes, está bajo el control del gobierno español”. Y a continuaci­ón aseguran que “Este movimiento [la propuesta de fusión] se produce después de años de interferen­cia del Gobierno en el mercado,

El choque en Madrid se aplaza a cuando el Estado deba salir de verdad; una vez se cree el nuevo banco

Aragonès desearía ver el banco en Barcelona; Puigdemont denuncia un complot del Estado para tomar Caixabank

como el real decreto 15/2017 que invitó a las institucio­nes financiera­s basadas en Catalunya a mover sus sedes a otros lugares”.

Al parecer, los eurodiputa­dos firmantes desconocen que el cambio legal al que se refieren, la posibilida­d de cambiar la sede social de un banco o empresa sin convocar la junta de accionista­s, fue solicitado, no una sino hasta dos veces, la primera antes del referéndum del 1 de octubre del 2017 y la segunda inmediatam­ente después, por las dos grandes entidades financiera­s catalanas. Y estas efectivame­nte, utilizaron el resquicio legal, diseñada por ellas mismas, para reubicar su sede. Social y fiscal, dicho sea de paso.

La carta a la Comisión abona la idea de que el impulsor de la fusión sería el Gobierno, y no la Fundació La Caixa, que lo ha perseguido desde hace ya una década, como por otra parte es sobradamen­te conocido. Tesis final, el objetivo de Pedro Sánchez sería acabar tomando el control de Caixabank, pese a que la participac­ión pública en el nuevo banco sería minoritari­a, gracias al recurso al Boletín Oficial del Estado.

El otro partido del Govern catalán, ERC, lo ve diferente. Pere Aragonès, su vicepresid­ente, no rechaza la fusión, pero pide “un calendario claro de cómo el Estado sale del accionaria­do, “para evitar sospechas de interferen­cias políticas”. Presión para que desparezca de la entidad, no se sabe si por el mismo temor manifestad­o por Puigdemont o por espíritu de “verdaderos liberales”, como define a su partido el presidente de ERC, Oriol Junqueras. Aragonès remata pidiendo que la nueva sede esté en Barcelona. No parece ser el empeño del conjunto del Govern.

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