La Vanguardia

Adentrarse en territorio incierto

- Pere Solà Gimferrer

Territorio Lovecraft de Misha Green es la adaptación de la novela del mismo nombre de Matt Ruff por la cual HBO apostó al ver que J.J. Abrams (Lost, Star Wars) y Jordan Peele (Get out, Nosotros) firmaban como productore­s. Arranca con una pesadilla de Atticus, un veterano de la guerra de Corea. Sueña que está en las trincheras del campo de batalla, llegan naves extraterre­stres de La guerra de los mundos de H.G. Wells, baja una mujer de piel roja de un platillo volador y lo ataca un monstruo propio de un relato de H. P. Lovecraft. Este cacao no es la realidad de Atticus, que poco después llega a Chicago para encontrars­e con su tío George, otro experto en Lovecraft y terror cósmico, pero tampoco es una simple secuencia onírica. Es un aviso: se puede esperar cualquier cosa de esta serie. Y es cierto. HBO ha emitido cuatro episodios y cada uno tiene referentes y tonos distintos, incluso parecen series distintas.

El piloto, por ejemplo, es heredero de True blood yde Watchmen, dos títulos también de HBO. Atticus iniciaba un road-trip con George y Leti, una amiga de infancia, con el fin de encontrar al padre desapareci­do del Atticus y descubrir si la literatura de Lovecraft estaba basada en hechos reales. Con Watchmen compartía la denuncia racial y las ganas de recordar capítulos oscuros de la historia de Estados Unidos que se han querido olvidar o borrar (es muy interesant­e buscar las leyes de Jim Crow y el concepto Sundown). De True blood, en cambio, sacaba la mezcla géneros, pasando del melodrama familiar al terror social y despidiénd­ose desde el fantástico. En el segundo, los protagonis­tas ya abandonaba­n la carretera para introducir una mitología con un guion tan acelerado como desarraiga­do, con unos efectos visuales que recuerdan a Embrujadas. Después, una comedia de terror en una casa encantada. ¿Y esta semana? Un episodio de aventuras a lo Indiana Jones y Los Goonies dedicado a la comunidad negra que no se sentía representa­da en este tipo de películas.

Esta adaptación es un embrollo, un lío de hilos coloridos y desiguales que no siempre combinan pero que pueden tejer episodios y escenas notables o solo ideas fallidas (como el desastre del segundo). Decir que es una buena serie, por lo tanto, sería mentir pero la etiqueta de imperdible sí que le pega. Solo hace un mes que se ha estrenado y la tradición seriéfila de los lunes ya es saber si Territorio Lovecraft es terrorífic­a o es romántica, si la creadora Misha Green sabe hilar los monstruos y el discurso racial, si desvaría. En cierta manera, te transporta a los años noventa y al principio de este milenio cuando podías ver un episodio de Embrujadas o Xena sin saber qué tipo de aventura vivirías, si te encontrarí­as un episodio relevante o uno intranscen­dente, un entretenim­iento notable o un despropósi­to, siempre consciente de que no esperabas que un intelectua­l lo definiera como alta televisión (y no pasaba nada). Y esta es la gracia de adentrarte en este terreno de Lovecraft. Es menos sofisticad­a de lo que prometía el piloto pero estimula no saber qué te puedes encontrar a la espera de un veredicto al final de temporada.

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