La Vanguardia

¿Cuándo se produjo la visita de Evita Perón a Montserrat?

- JOSEP PLAYÀ MASET

La montaña de Montserrat, cuyos picos recortan y hienden el cielo en un fantástico poema de roca, ha sido hoy testigo y grandioso escenario de un magno recibimien­to, de una simbólica visita, porque si doña María Eva Duarte de Perón ha recorrido en triunfal marcha todos los rincones de la tierra española, no en vano ha ido a posar su gentil e ingrávida planta en el ámbito santo del montserrat­ino recinto, última etapa de su viaje, epílogo piadoso, recoleto, significat­ivo de una estancia que viene a ser el más extraordin­ario capítulo de hermandad en la historia de los pueblos español y argentino”. Con este estilo tan barroco saludaba este propio diario la visita de Evita Perón, “la reina de los descamisad­os”, a Montserrat.

Dos meses antes se habían celebrado las fiestas de la entronizac­ión de la Virgen que se habían convertido en la primera gran manifestac­ión del catalanism­o en la postguerra, orquestada entre otros por el activista e historiado­r Josep Benet.

Quizás por ello, la mandataria argentina llegó a Montserrat la tarde del 25 de junio de 1947 acompañada de dos ministros, el de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, y el de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, así como un amplio ramillete de autoridade­s provincial­es y locales. De la fachada del monasterio colgaba un enorme tapiz con el escudo del águila y el yugo y las flechas, junto con dos banderas, la rojigualda y la de Argentina.

La estancia de Evita en España duró 18 días y empezó en Villa Cisneros, en el Sahara español, donde pasó revista a los soldados montados a camello. Ya en Barcelona, coincidió con el Caudillo y ambos siguieron un festival folclórico en la plaza de Sant Jaume.

La Perona hizo su entrada en el monasterio a las siete de la tarde, donde le esperaba el abad Aureli M. Escarré. “La egregia dama –dijo la crónica de La Vanguardia– se acercó al padre Escarré y, genuflexa, besó devotament­e su anillo”. Escuchó las vísperas y la Salve cantada por la Escolanía y subió al “camarín de la Virgen, en donde besó piadosamen­te la mano de la imagen de la

Moreneta”. Luego el abad le mostró las dependenci­as del monasterio y la biblioteca, donde firmó en el libro de Honor, siendo la primera mujer que lo hacía dentro del espacio de clausura, ya que para las pocas que lo habían hecho antes, se había sacado el libro fuera.

Hacia las nueve de la noche, Evita regresó al Palacio de Pedralbes donde se alojaba. Al día siguiente partió hacia Roma para visitar a Pío XII. Como la salida no era hasta la tarde, los comercios y oficinas retrasaron la entrada al trabajo hasta las cinco para que la “muchedumbr­e” pudiera despedirla. Antes, hizo una proclama muy propia del peronismo en Radio Nacional: “Recojo vuestros aplausos, obreros y obreras españoles, porque son la expresión de vuestro repudio hacia aquellos agitadores que solivianta­n a los pueblos con promesas utópicas, para abandonarl­os una vez han asegurado sus fortunas”.

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