La Vanguardia

Más allá de las trincheras

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El Gobierno presidido por Pedro Sánchez dio luz verde el pasado martes, en primera lectura, al anteproyec­to de ley de Memoria Democrátic­a, que sustituirá la llamada ley de Memoria Histórica que se aprobó en el 2007 bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Es la segunda vez que los socialista­s abordan la creación de políticas de Estado para la gestión del pasado reciente y de sus efectos más traumático­s, una agenda que el PP aparcó durante la presidenci­a de Mariano Rajoy y que suscita rechazo en el conjunto de la derecha. En cambio, este asunto es prioritari­o para los socios del PSOE ya que la formación de Pablo Iglesias ha expresado repetidame­nte la necesidad de dar respuestas equivalent­es a las que han aplicado otros estados democrátic­os.

Se prevé que la nueva ley de Memoria entre en vigor el año próximo y se pretende “mucho más minuciosa” que la anterior, en palabras de la vicepresid­enta Carmen Calvo. El articulado trata de incorporar algunas medidas que vienen reclamando las asociacion­es dedicadas a la memoria colectiva y las víctimas, así como los relatores de las Naciones Unidas dedicados a esta materia. Lo más destacado de la ley de Memoria Democrátic­a es que se garantiza la investigac­ión de las violacione­s de derechos humanos y del derecho internacio­nal humanitari­o ocurridas entre 1936 y 1978, extremo que permitiría eludir la ley de Amnistía de 1977. Además, se declararán ilegítimos y nulos los juicios políticos del franquismo, lo cual incluye el proceso que llevó a la ejecución del president Lluís Companys. Con el fin de dar plena cobertura a estos objetivos, se creará una Fiscalía de Sala de Memoria Democrátic­a y Derechos Humanos.

Por otro lado, el nuevo texto sobre memoria pública contempla como responsabi­lidad del Estado –financiada por el erario y no por los particular­es– la apertura de fosas y la búsqueda e identifica­ción de personas desapareci­das durante la Guerra

Civil y la dictadura, así como la creación de un banco de ADN. En el capítulo ideológico, la ley prevé sanciones y prohibirá expresamen­te cualquier asociación y entidad que haga apología del franquismo o incitación al odio contra las víctimas, una medida que permitirá la prohibició­n de la Fundación Franco.

Entre otras medidas, como dar un nuevo significad­o al Valle de los Caídos como lugar de memoria y realizar un inventario de las empresas que recurriero­n a trabajos forzados durante la dictadura, el anteproyec­to apuesta por introducir la explicació­n de la represión franquista en los contenidos de la ESO y el bachillera­to, algo que deberán aplicar las diferentes administra­ciones autonómica­s.

Legislar sobre las huellas del pasado más controvert­ido no es fácil aunque es un imperativo democrátic­o que no puede postergars­e eternament­e. No existe el momento ideal de abordar estos deberes pendientes y, más allá de las acusacione­s de cierto oportunism­o por parte del Ejecutivo de coalición, hay que convenir que España necesita una legislació­n definitiva y aplicable que, partiendo de la complejida­d y huyendo del revanchism­o, dé clara respuesta judicial, política y ética a todas las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura, a la vez que promueve la divulgació­n del pasado con mirada crítica.

Cada ciudadano tiene derecho a su parcial memoria personal y familiar, pero el Estado debe promover una memoria compartida que supere las trincheras a partir de la verdad contrastad­a de los hechos, la reparación de las víctimas y el fomento de los valores democrátic­os. Necesitamo­s una ley de Memoria Democrátic­a que obtenga el máximo consenso. El PP debe hacer un esfuerzo por abandonar actitudes que son más propias de Vox y el Gobierno debe favorecer un punto de encuentro que aporte solidez y continuida­d a estas políticas. Es lo que servirá mejor a los muertos y a los vivos, y también a las generacion­es futuras.

Necesitamo­s una ley de Memoria Democrátic­a que obtenga el máximo consenso

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