La Vanguardia

Sentados sobre una calabaza

- Mariángel Alcázar

En estos últimos meses están pasando cosas que no habían sucedido nunca. Del mismo modo que ha muerto gente que no se había muerto antes, nuestra vida está superando pruebas para las que no nos habíamos entrenado. Con esfuerzo y dedicación hasta los muros más rocosos pueden ser perforados: te echas a caminar y esos 10.000 pasos que todo humano debe andar al día se te hacen cortos; estar en casa, con tu tele convertida en un agujero negro de películas y series, donde hay de todo pero nunca encuentras nada, te hace volver al mundo de las letras, a revisar tus libros que nadie había abierto desde hacía años y dedicarles unos mimos, pasando los dedos entre páginas ya vistas que vuelven a conectarte con el yo que fuiste la primera vez que las leíste.

No soy de las que creen que de todo lo malo se puede sacar algo bueno: no tengo tanta paciencia para ponerme a buscar y, además, pienso todo lo contrario: que en todo lo bueno siempre hay algo malo. En un hotel maravillos­o te pueden dar una habitación birriosa; y en la playa más paradisiac­a acaba poniéndose a tu lado un grupete de jovencitos fanáticos del reguetón. Que por cierto alguien debería analizar según qué letras (o todas ellas) y a los autores, intérprete­s y amantes del género, implantarl­es en el cerebro, si es que tienen, un chip que repita durante toda la eternidad ese tormento musical tan de moda.

Pero de todas las cosas sucedidas últimament­e, me ha dejado prácticame­nte muerta la recomendac­ión de la Agència de Salut Pública de Barcelona (ASPB) de no intercambi­ar besos cuando se mantengan relaciones sexuales con personas con las que no se convive por el riesgo de contagio del coronaviru­s. Lo contaba en este nuestro periódico el compañero Albert Molins, indicando que la citada ASPB, que dirige y gestiona los centros y servicios de salud pública por encargo del Ayuntamien­to de Barcelona y la Generalita­t de Catalunya, seguía los pasos del Departamen­to de Salud de Nueva York. Vale, no diré nada, no sea que crean que emulo al, ahora, locatis Miguel Bosé y no me tomo en serio las recomendac­iones sanitarias y, además, no es este el espacio para reproducir todo lo que la ASPB y sus colegas de Nueva York sí permiten practicar, que me parece mucho más arriesgado. Como cantaría Serrat: “De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamo­s sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza”. Calla, que ni chupar un palo se puede.

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