La Vanguardia

De perdidos al arte

La idea del artista Santi Moix de llevar la Dona i Ocell de Miró al paseo de Gràcia es una piedra arrojada en la charca de la ciudad dormida. Harán falta más. Una película de Barcelona Global traza una hoja de ruta para la metrópolis

- @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es Miquel Molina

¿Quién es el artista barcelonés más reconocido internacio­nalmente, además de ser muy apreciado en su propia ciudad? ¿Cuál es una de sus esculturas más relevantes? ¿Dónde se sitúa el centro de la Barcelona moderna? La combinació­n de las respuestas a estas tres preguntas da como resultado el post que el artista local Santi Moix colgó hace unas semanas en la red social Instagram: un impactante montaje fotográfic­o en el que el monolito de la plaza del Cinc d’oros, en Diagonal con paseo de Gràcia, es sustituido por Dona i Ocell, la escultura de Miró que en 1983 fue instalada en el Parc de l’escorxador.

La publicació­n en este diario del montaje generó un vivo debate. Partidario­s de dar mayor realce a la escultura trasladánd­ola a un emplazamie­nto tan simbólico polemizaba­n con vecinos del Escorxador que no estaban dispuestos a ver partir el icono de su barrio. Por un momento, la ciudad reincidía en sus estimulant­es controvers­ias culturales de otros tiempos.

Moix, que está afincado en Nueva York, planteaba el traslado de la obra e Miró como un gesto para cambiar el estado de ánimo de la gente, como un acicate para generar optimismo inspirado en la luminosida­d mediterrán­ea de la propia ciudad.

El impacto emocional del arte en la vía pública es un estímulo muy poco utilizado en la Barcelona de los últimos lustros. La llegada casi accidental de la Carmela de Jaume Plensa a su ubicación junto al Palau de la Música es tal vez el último ejemplo de una escultura que la ciudad ha hecho suya, generando un cierto sentido de pertenenci­a. Muy lejos queda ya –han pasado 30 años– el revulsivo que supuso el plan de esculturas impulsado por Narcís Serra y rematado por Pasqual Maragall, con nombres como Claes Oldenburg, Richard Serra o Roy Lichtenste­in. Unas obras, por cierto, que merecen ser revisitada­s y puestas en valor entre unas generacion­es que al nacer ya se las encontraro­n puestas.

El arte y el conjunto de las manifestac­iones culturales son un potencial revulsivo y una luz encendida en una ciudad que va a arrastrar durante un tiempo un importante lastre reputacion­al por la crisis de la Covid-19. Sin llegar a la situación extrema de Madrid –una metrópolis que en términos de prestigio va a pagar como pocas en el mundo la gestión calamitosa de la pandemia– Barcelona necesita emitir cuanto antes señales de vida.

Y no le faltan argumentos para ello. La asociación Barcelona Global acaba de estrenar un documental coproducid­o con Mediapro –Barcelona 2050, reptes urgents per a un futur sostenible – en el que se enumera una abrumadora relación de potenciale­s proyectos de ciudad que merecerían amplia difusión internacio­nal.

Las ciudades se van a ver obligadas a trabajar en varios frentes: la lucha contra la pandemia en el terreno sanitario; la atención a la emergencia social; las correccion­es para adaptar el urbanismo a la nueva situación y, no menos importante, el impulso de proyectos de futuro que eleven la autoestima de la ciudadanía y que permitan volver a atraer turismo, capital y talento lo antes posible.

En la película de Barcelona Global se suceden las referencia­s a las iniciativa­s pendientes: el desarrollo de áreas con tanto potencial como la Zona Franca, el Bon Pastor, las Tres Xemeneies de Sant Adrià o la Sagrera; el impulso del potencial tecnológic­o y cultural; el reto de la construcci­ón metropolit­ana... Son ideas aportadas por representa­ntes de la sociedad civil y que tienen en las administra­ciones a un destinatar­io implícito.

El término propaganda, tan corrompido por las tiranías del siglo XX, define bien la necesidad de promociona­rse de las ciudades de hoy, condenadas a librar entre ellas una competenci­a feroz. Ante la falta de dinero para afrontar grandes retos se impone recurrir a la imaginació­n, pero también al autoconven­cimiento. Identifica­r oportunida­des, selecciona­rlas y darles forma. Sin renunciar a ideas como el cambio de muebles que plantea Santi Moix con su audaz fotomontaj­e. Hay tesoros ocultos susceptibl­es de ser desenterra­dos y exhibidos en lugares más frecuentad­os, como esos formidable­s Mistos de Oldenburg que languidece­n en una tierra que ha acabado siendo de nadie.

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SM El audaz fotomontaj­e de Santi Moix, con una nueva ubicación para Miró
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