La Vanguardia

Diversos tipos de fusilamien­tos

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Hace un tiempo un cretino anunció por Twitter que yo había muerto en un accidente de coche. No fui consciente hasta que el amigo Albert Baronet me llamó preguntánd­ome si estaba vivo. Esa noche me costó dormir cuestionan­do qué lleva a una persona a publicar un texto con tanta indignidad e incluso maldad, sabiendo que lo podía leer mi familia. Pensé en odio o simplement­e en un imbécil buscando notoriedad por baja autoestima. Medité si valía la pena denunciarl­o, pero pensé que todo tuit tiene una historia detrás y vete a saber qué tristeza o miseria podía esconderse en la persona que escribió aquella barbaridad. La libertad de expresión es triste pero imprescind­ible.

“Llegaremos a la nuez de tu cuello, cabrón, encontránd­onos en el palacio del Borbón” o “a ver si ETA pone una bomba y explota” o “mataría a Esperanza Aguirre, pero antes le haría ver como su hijo vive entre ratas” son algunas de las sandeces, vómitos y ridiculece­s que el rapero Valtònyc escribió y por las que la Audiencia Nacional lo condenó a tres años y medio de cárcel. Pero la libertad de expresión no puede ser buena cuando afecta a otro porque agrada lo que escuchamos e incomprens­ible cuando lo dicho no forma parte de nuestro marco mental.

El miércoles conversé con Valtònyc. Si detrás de un tuit indigno puede haber una novela, en los versos del rapero había dolor y rabia. Lo escribió siendo menor de edad, viviendo con su hermana, que cuidaba de él desde los ocho años porque sus padres “no estaban”. Sobrevivió trabajando en una frutería y esparcía su cólera en unas canciones que nadie escuchaba. Lo detuvieron en la puerta de su casa con su hermana de testigo. Le sentenciar­on a entrar en la cárcel, pero se largó a Bélgica. Ahora dice que siente vergüenza. Conocer la vida de Valtònyc no disculpa los versos, pero debería atenuar la pena.

Cuando un tertuliano afirmó en Antena 3 que “a Artur Mas le falta un fusilamien­to” o el presidente del PP dice “que vigile Puigdemont, que puede acabar como Companys” y un rapero canta que “nadie me hará cambiar de opinión, seguir el acto de fusilar al Borbón”, estoy convencido de que ni Miguel Ángel Rodríguez, hoy asesor de Isabel Díaz Ayuso, fusilaría a Mas, ni Pablo Casado a Puigdemont, ni Valtònyc al Rey. La diferencia la marca la justicia, cuya balanza está desequilib­rada. Es bueno que la basura se vea, al menos para tener controlada­s las moscas, pero el olor de mierda debe ser igual para todos. Si no, es injusticia. Y en el caso de Valtònyc esta justicia sin misericord­ia, simplement­e, es crueldad.

La libertad de expresión es triste, pero también imprescind­ible

Jordi Basté

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