La Vanguardia

La ratonera del Eixample

- Ramon Suñé

El urbanismo, sea táctico, estratégic­o o el que ustedes deseen, debería tener siempre una utilidad y la vocación de mejorar la calidad de vida de una mayoría de vecinos. De lo contrario, se convierte en un mal urbanismo.

Cuando ya han transcurri­do varios meses desde la entrada en servicio del carril “peatonal” –es un decir– de la calle Consell de Cent, uno sigue sin encontrarl­e el más mínimo sentido a ese horrendo trozo de calzada pintado de un amarillo cada vez más desteñido –¿dónde habrá comprado la pintura el Ayuntamien­to?– y separado parcialmen­te del único carril de circulació­n para vehículos motorizado­s por esos no menos espantosos bancos de hormigón conocidos ya popularmen­te en el barrio como rompeculos.

Encontrar un peatón que renuncie a utilizar las aceras estándar de Consell de Cent –una calle que nunca ha sido precisamen­te la Rambla en lo que al flujo de viandantes se refiere– para bajarse a la calzada tiene su mérito. A alguien que ha recorrido docenas de veces, a distintas horas y distintos días de la semana, los cerca de dos kilómetros de Consell de Cent que separan las calles Girona y Rocafort le sorprende el empecinami­ento del Ayuntamien­to en publicitar en las redes sociales la “recuperaci­ón del espacio público para la ciudadanía” que ha representa­do esta reforma de brocha gorda. Estamos ante un intento de humanizar la ciudad con toda la buena intención del mundo, pero que descarrila como consecuenc­ia de un mal planteamie­nto general.

La intervenci­ón no solo afea el paisaje urbano –la combinació­n de separadore­s New Jersey y de contenedor­es de basura desubicado­s en los extremos de cada tramo de la vía peatonal nunca ganará un premio de diseño, espero– sino que acaba sirviendo a un fin para la que no fue pensada. Más fácil que encontrar a un caminante es observar cómo coches, furgonetas y camiones de reparto, expulsados de los chaflanes por todo tipo de señalizaci­ones y obstáculos –los últimos unas terrazas que parecen rescatadas de un almacén de saldos– se apoderan de este espacio de líneas imposibles aprovechan­do los huecos entre banco y banco.

La nueva configurac­ión de esta vía de nombre ilustre, dibujada por Cerdà sobre el plano del Eixample con la letra LL, tampoco facilita encochar y desencocha­r con facilidad a los vehículos, taxis incluidos, que trasladan a personas de edad avanzada o movilidad reducida. ¿Accesibili­dad? Escasa. Pero quizás el mayor problema de la ampliación de la acera montaña sea el efecto –premeditad­o– causado sobre el tráfico en en Consell de Cent y, de rebote, en las calles paralelas y adyacentes del Eixample, condenadas ahora a absorber un mayor flujo circulator­io para compensar la pérdida de espacio en una de las arterias que atraviesan el distrito. Dejar un solo carril –el margen derecho de la calzada está ocupado por una ciclovía que, a diferencia de la trazada recienteme­nte en la calle València, sí tiene un uso notable– no es necesariam­ente la mejor fórmula para reducir la contaminac­ión en esta zona céntrica de la ciudad. Y confiemos en que ambulancia­s, coches de bomberos y vehículos de emergencia­s no tengan mucho trabajo en Consell de Cent y borren de sus rutas una calle que cumple todos los requisitos para convertirs­e en una ratonera.

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MANÉ ESPINOSA Aspecto habitual del tramo central de la calle Consell de Cent una mañana de septiembre
 ?? MANÉ ESPINOSA ?? Motos rozando el hormigón y repartidor­es de comida a la espera
MANÉ ESPINOSA Motos rozando el hormigón y repartidor­es de comida a la espera
 ?? MANÉ ESPINOSA ?? Descanso en un banco mientras una furgoneta invade el carril peatonal
MANÉ ESPINOSA Descanso en un banco mientras una furgoneta invade el carril peatonal
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