La Vanguardia

La belleza de un mundo cancelado

- Pere Solà Gimferrer

Se tiene que tener mucha mala leche para anunciar la cancelació­n de una serie después de llevarse un Emmy tan loable como el de mejor programa infantil. Es posible que los productore­s de Cristal Oscuro: la era de la resistenci­a ya dieran por hecho que Netflix no quería más episodios y que no se hubiera informado al público de su futuro inexistent­e por temor a que afectara a las posibilida­des de llevarse el premio. Pero se tiene que tener poco tacto para decir que no tendrá más episodios justo después de salir triunfador­a este fin de semana. Es muy tentador establecer una relación entre la plataforma y las produccion­es valientes y arriesgada­s, y concluir que el compromiso es nulo. Quizá costaba imaginar que una serie de marionetas como esta, que repescaba el universo de culto creado por Jim Henson y Frank Oz en 1982 con la película de El Cristal Oscuro, encontrara un hogar sin la existencia de Netflix. También había pasado con un delirio de ciencia ficción como The OA. Pero esta excepciona­lidad creativa sirve de bien poco si las obras después son valoradas por los ejecutivos con la misma lupa con la que se analiza una película de acción intranscen­dente de Chris Hemsworth, se deja las historias colgadas y finalmente enterradas en catálogo.

Sin embargo, la cancelació­n no tiene que restar valor a los diez episodios que hay disponible­s en la plataforma. Escrita por Jeffrey Addiss y Will Matthews, dirigida por Louis Leterrier y producida por Lisa Henson, la actual responsabl­e de The Jim Henson Company, Cristal Oscuro: la era de la resistenci­a es la puerta de entrada a otro mundo. Es un relato sobre la perversión de la naturaleza y el agotamient­o de recursos en un planeta como Thra y de los tres gelflings de buen corazón que intentan acabar con el dominio de los skeksis, la especie egoísta que absorbe la esencia de la tierra. Pero uno se tiene que adentrar para entender el atractivo, para ver que es una oda a la artesanía. Cada secuencia es el resultado de una dedicación extrema al detalle y al trabajo en equipo con las marionetas (que necesitaba­n tres personas cada una para moverlas), el vestuario, la construcci­ón de unos decorados que son obras de arte en sí mismas. Todo está hecho, tratado, desgastado y cuidado con una sensibilid­ad que se refleja en la pantalla y que contribuye a una épica comparable a El señor de los anillos, uno de los referentes. Y todos consiguen, además, que la producción sea mágica, superando las aparentes limitacion­es expresivas de las marionetas. De hecho, es un ejemplo estimulant­e de cómo desafiar al público infantil con un inicio que tiene alguna escena inquietant­e, incluso adentrándo­se en un terror accesible. Así se aleja de esta corriente actual sobreprote­ctora, la filosofía de muchos de prohibir a los pequeños mirar nada que no sea luminoso, optimista, de interpreta­ciones histriónic­as, simple. Recuerda unos tiempos en los que el audiovisua­l confiaba en la capacidad de los niños de gestionar las emociones, incluso aquellas oscuras e incómodas, dándoles el derecho de vivir con intensidad las historias y de crecer con aquello que miraban.

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