La Vanguardia

En busca del legado perdido

El espacio posconverg­ente tiene serias dificultad­es para reorganiza­rse más allá de Puigdemont ante el reto del 14-F

- JOSEP GISBERT

En el espacio posconverg­ente hay vida más allá de Carles Puigdemont. El problema es las dificultad­es que tiene para hacerse visible. Mientras uno ha roto todas las amarras con la antigua CDC y ha montado un partido nuevo a su medida, con el que está preparado para concurrir a la cita con las urnas el 14-F, el resto de actores, en cambio, intenta como puede recuperar el legado perdido de lo que fue y representó la extinta CIU en busca de una alternativ­a que, de momento, no acaba de cuajar. En esta dirección, sin embargo, son significat­ivos los pasos que en los últimos días han empezado a dar, aunque por separado, el PDECAT y el Partit Nacionalis­ta de Catalunya (PNC).

El segundo Junts per Catalunya (Jxcat) –conocido genéricame­nte como Junts a secas– que, después del fracaso de la Crida Nacional per la República encabezada por Jordi Sànchez, se ha sacado de la chistera el 130.º presidente de la Generalita­t ha sido creado no solo prescindie­ndo de las siglas que alumbraron el primero, el PDECAT, sino totalmente en contra –con apropiació­n incluida de la marca Jxcat, pendiente de resolución judicial–, y únicamente está a la espera de que se conozca quién será el candidato que lo liderará en las próximas elecciones. Detalle no menor, porque no tiene el mismo gancho electoral el hijo del pastelero de Amer que cualquiera de los otros nombres que han convergido en la formación. Y eso que aspirantes no faltan, entre los que ya se han postulado públicamen­te, como Laura Borràs o Damià Calvet, y los que están a la expectativ­a, desde Jordi Puigneró a Ramon Tremosa –el último valor al alza–, y sin olvidar a Elsa Artadi o incluso al actual presidente de la Cambra de Comerç de Barcelona, Joan Canadell. Pero no todos son del agrado de Waterloo.

El exalcalde de Girona ha tenido la virtud de saber atraer a su órbita a personal sobre el papel alejado del ideario de CIU, entre independie­ntes (la misma Borràs o Quim Torra) y exmilitant­es del PSC (Ferran Mascarell o Marina Geli, que ya habían dado el primer paso en época de Artur Mas), de ICV (el propio Sànchez o Antoni Morral) y hasta de ERC (Antoni Comín o Josep Andreu).y a la vez ha soltado el pesado lastre que el PDECAT le representa­ba como heredero directo de CDC, incluidas todas las mochilas –algunas muy incómodas como las de la sombra de la corrupción– que de ello se derivan. Un PDECAT al que no le bastaba el desdén con que era tratado por el entorno del expresiden­te de la Generalita­t y que ha tenido que esperar a sufrir una escisión y a que sus principale­s figuras de referencia y cargos públicos rompieran el carnet para darse cuenta de que el tren de su futuro político no circula por la misma vía que el convoy de Puigdemont. Los dos tienen un origen común, pero uno ha hecho de la confrontac­ión con el Estado español el eje tanto de su estrategia como de su acción política y el otro está decidido a recuperar la centralida­d y la moderación del catalanism­o pragmático de toda la vida. Los dos aspiran a la independen­cia de Catalunya, pero por caminos y con ritmos notoriamen­te distintos.

Con estas credencial­es, el PDECAT de David Bonvehí, que se ha resistido a inmolar al partido dentro de Jxcat, ha abierto de par en

la puerta a presentars­e en solitario el 14-F y ha puesto en marcha la maquinaria electoral interna para dejar la candidatur­a en manos de la solidez de su exconselle­ra de Empresa i Coneixemen­t, Àngels Chacón, previo paso por el trámite de primarias. Y, salvo un muy improbable canto de sirena de última hora, no parece que nada le haga cambiar de su determinac­ión, porque, como declaraba el portavoz, Marc Solsona, el pasado 26 de septiembre en una entrevista en La

Vanguardia, “no necesitamo­s a nadie más para ir a las elecciones”. Un “nadie más” que incluye a Jxcat, pero también a otros actores del espacio posconverg­ente, como el PNC, inscrito el 1978 en el registro de partidos políticos desde la cúpula de CDC por si la marca –CDC– no funcionaba y resucitado ahora por Marta Pascal, precisamen­te la excoordina­dora general del PDECAT que salió rebotada por enfrentars­e, también, con Puigdemont. Un PNC que, en principio, quiere proel bar suerte igualmente en solitario.

La principal incógnita a la que se enfrentan ambos es cuál será la aceptación que tendrán por parte del electorado presentánd­ose cada uno por su cuenta y, por vez primera, no conjuntame­nte con el 130º presidente de la Generalita­t, sino en competenci­a con él. La tesis es que si han decidido lanzarse a la piscina es porque han constatado que hay agua, y a juicio de los más optimistas suficiente para obtener representa­ción en todas las circunscri­pciones. PDECAT y el PNC, en todo caso, ocupan prácticame­nte el mismo espacio político, el del catalanism­o de centro y moderado (el lema con que el primero afronta su nueva andadura en solitario, Centrem el país , es toda una declaració­n de intencione­s en este sentido). La lógica, por tanto, llevaría a pensar en un posible acuerdo, pero la realidad no, y ello a pesar de la buena relación que mantienen Bonvehí y Pascal. Los personalis­mos, y no el proyecto político, serían lo que les distanciar­ía, y no solo entre ellos, sino asimismo con el resto de integrante­s del espacio posconverg­ente.

A Units per Avançar, de Ramon Espadaler, que en los últimos comicios se presentó con el PSC, nadie le ha recogido el guante lanzado por Albert Batlle de encabezar una candidatur­a catalanist­a de centro amplio que reuniera justamente a la diáspora de CIU, y a finales de mes tiene previsto un consejo nacional para tomar decisiones. Es la formación que más directamen­te ha heredado el legado de UDC y, visto el panorama de fragmentac­ión en que se ha convertido la herencia, cada día que pasa gana más enteros la hipótesis de reeditar el pacto con las siglas de Miquel Iceta. Entre los que sí hay conversaci­ones, sobre un programa e incluso sobre un presupuest­o electoral, también con voluntad de ensamblar al catalanism­o moderado de centro, es entre Convergent­s, de Germà Gordó, Lliures, de Antoni Fernández Teixidó, y la Lliga Democràtic­a, de Astrid Barrio, que agrupa a exmilitant­es de la antigua CIU y a miembros de otras procedenci­as más dispares, como el expresiden­te de Societat Civil Catalana Josep Ramon Bosch. Tres partidos que, en función de cómo avancen los contactos, en este caso sí que podrían concurrir juntos al 14-F, aunque Convergent­s tiene abiertas, además, negociacio­nes bilaterale­s con el PDECAT y todavía no descarta una alianza en este ámbito.

El microcosmo­s en que se ha convertido la herencia posconverg­ente lo completa Demòcrates de Catapar

OPCIONES DIFERENTES

El PDECAT y el PNC apuestan por concurrir cada uno en solitario en competenci­a con Jxcat

PROPUESTA DESATENDID­A Nadie coge el guante de Units per Avançar, que se inclina por reeditar el pacto con el PSC

NEGOCIACIO­NES MÚLTIPLES Convergent­s tiene contactos con Lliures y Lliga Democràtic­a, pero también con el PDECAT

lunya, la escisión independen­tista de UDC de Antoni Castellà, que desde el primer momento puede decirse que come aparte, porque no disputa la centralida­d a nadie, sino que su apuesta es la unilateral­idad. En el 2015 se presentó dentro de Junts pel Sí (Jxsí), el 2017 con ERC y ahora busca formar un frente amplio justamente de partidario­s explícitos de la vía unilateral hacia la independen­cia, y si no lo consigue la intención es concurrir en solitario con este programa, que desde la formación se sostiene que tiene el aval de la Assemblea Nacional Catalana (ANC).

El resultado de tanta fragmentac­ión será que allí donde hace no tantos años había una única oferta electoral, CIU, el próximo 14-F hasta ocho marcas pueden disputarse su legado. Y todas compitiend­o en el fondo por un espacio político muy similar que, sin grandes matices ni estridenci­as, oscila entre el catalanism­o, el soberanism­o y, con mayor o menor gradación, el independen­tismo.

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