La Vanguardia

De todas las elecciones posibles

- Mariángel Alcázar

Todo en la vida es fruto de una elección y, a veces, casi es mejor que no tengas posibilida­d de muchas opciones. Si en un bloque de pisos solo queda el 2.º F, te lo compras o no, pero como puedas elegir entre varios, seguro que te equivocas y te pasas la vida lamentando no haberte decidido por el de enfrente. Algunos supermerca­dos suponen una agonía para quienes, como yo, no distinguen el muslo de la pechuga. Ya nos complicaro­n la vida cuando junto al Danone de toda la vida apareciero­n los gustos y los colores; la leche puede ser entera, desnatada, semidesnat­ada, con o sin lactosa; las compresas, con o sin alas; las pizzas, superfinas, normales o con el borde relleno de queso; las cremas, de día, de noche, para pieles jóvenes o maduras.

Casi todo lo que te permite elegir entre varias opciones te complica la vida; en los trenes y aviones (cuando se viajaba con normalidad) puedes escoger ventana o pasillo, aunque en el momento de sentarte lo hayan cambiado todo, elijan por ti y te toque en el centro, que es lo peor de lo peor.

En los últimos tiempos se ha presentado otra disyuntiva (si existe esa posibilida­d): teletrabaj­ar, que no es trabajar mientras ves la tele, sino hacerlo en tu casa, o ir a la oficina. Si se dan las condicione­s sanitarias, casi es mejor salir del nido y airearse un poco; como te quedes mucho en casa le empiezas a ver defectos y te da por pintar las paredes o, ya en plan dislate, cambiar la cocina y, si no es posible, al menos comprar otra nevera o un horno nuevo. En los años a.c. (antes de la Covid), los frigorífic­os de algunas casas (por ejemplo, la mía) eran depósitos de bebidas, salsas y yogures caducados y claro, ahora, necesitas algo fresco. Los hornos servían para guardar las sartenes y cuando te has decidido a probar con una lubina a la sal, no sabes si la culpa de que parezca salmuera es tuya o del aparato, que aún es de los tiempos en los que solo había dos mandos, uno para la temperatur­a y otro para grill y/o horno.

Pero de todas las elecciones posibles, la que realmente imprime carácter es la de elegir la mascarilla con la que te proteges y proteges al prójimo del maldito bicho. Si optas por las sanitarias, las azules con el alambre para sujetar la nariz o las blancas pico de pato, reconoces que estamos atravesand­o una plaga y rodeados de enfermedad, pero si empiezas a usarlas de colores, con dibujitos y que encima hagan juego con tu ropa, o, lo peor, con mensajes como si tu cara fuera un soporte publicitar­io o ideológico, entonces ya has elegido normalizar el asunto.

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