La Vanguardia

Ser joven es criminal

- Llucia Ramis

El año pasado por estas fechas, los jóvenes iban a salvar el mundo gracias al Fridays for Future. Los ecologista­s alertaban: centrarse en el quién desenfocab­a el qué y perdía de vista el cómo. No bastaba con que Greta Thunberg visibiliza­ra el problema cruzando los océanos en un velero, algo sin duda sostenible, pero poco viable en plena globalizac­ión.

Un año después, los jóvenes son el mal absoluto, culpables de la propagació­n de la segunda ola de la pandemia, a tenor de las reacciones ante algunos titulares. Que los adultos despotriqu­en de la irresponsa­bilidad de los jóvenes no es nuevo, al contrario. Ha pasado siempre y convierte en un viejo gruñón a quien lo hace. Y claro, los jóvenes se ríen de los viejos gruñones. No los escuchan.

Tampoco es que los adultos atiendan a los jóvenes, entre otras cosas porque manejan un código para ellos incomprens­ible en la manera de hablar, de vestir o divertirse. Nadie sabe qué es la juventud, salvo la juventud que uno vivió. Ese divino tesoro ha acaparado la literatura, el deseo, la estética y la publicidad. Es el centro de todo. Como el futuro no existe, hay que vivir rápido y disfrutar del presente. Carpe diem.

Los jóvenes de hoy no es que no tengan futuro, es que tampoco tienen presente. Muchos de los que se fueron del pueblo para empezar una carrera y compartir piso, por ejemplo, han vuelto a casa de sus padres. No pueden conocer a gente nueva cada fin de semana, ni salir de juerga, ni ir de viaje de estudios, ni encontrar trabajo al acabar la universida­d, ni mucho menos independiz­arse. Han recibido un nuevo batacazo, tras años de precarieda­d. Encima fueron educados en el individual­ismo, sobreprote­gidos por la idea de que lo merecían todo, y si no lo tenían era por culpa de los demás o del sistema, que no les daba oportunida­des.

Mi generación lo tuvo difícil para ser adulta, formar una familia, conseguir un trabajo, cierta estabilida­d. Los que vienen ahora lo tienen crudo para ser jóvenes. El nihilismo es propio de una situación de incertidum­bre como la actual, y el pasotismo es propio de su condición. Criminaliz­arlos no aporta nada. Cabría plantearse cómo se les puede conciencia­r para que tengan en cuenta a una parte de la sociedad a la que nadie, nunca, les inculcó respeto, dado que lo que se idolatra es la juventud, y no la sabiduría ni la experienci­a de los mayores. ¿Cómo hacer que la humanidad les interese tanto como la Tierra que iban a salvar? Pues, para empezar, quizá asumiendo nuestra parte de responsabi­lidad.

Los jóvenes de hoy no es que no tengan futuro, es que tampoco

tienen presente

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