La raíz de la esperanza
Josep Mª Rovira Belloso, con aquel tempo lento con que solía empezar sus clases, lo estaba escribiendo en la pizarra con gesto tranquilo y seguro: “Éstin de pístis elpizoménôn hypóstasis”. Y lo traducía debajo, también lenta y claramente: “Es la fe la posesión anticipada de aquello que esperamos” (Hebreos 11,1). Me ha venido con fuerza el recuerdo de aquella clase del maestro a finales de los sesenta, ahora que, a propósito de los efectos psicológicos y emocionales de la pandemia, tanto se habla y se escribe sobre el riesgo de una sociedad sin esperanza. Todos estamos de acuerdo. Nos hace falta esperanza; nos es imprescindible la esperanza; ¡Ay, si perdiésemos la esperanza! (veáse la aportación de los profesores Torralba y Armadans en este mismo diario en la edición del domingo pasado).
Pero ante este temor se activa una secuencia lógica de preguntas: ¿Qué hará que nuestra esperanza no sea la mera proyección de un voluntarismo de corto vuelo? ¿Qué podrá dar consistencia real a nuestra esperanza? ¿Cómo es que el ser humano puede cogerse a algo que no ve como si ya lo tuviera? Como es que esperanzas últimas –como las que ofrecen las grandes religiones o las utopías humanistas– han sostenido tantos hombres y mujeres en la lucha por la consecución de esperanzas penúltimas (la libertad de los esclavos negros, la jornada laboral de ocho horas, el derecho de voto para las mujeres...).
Todas estas preguntas desembocan en la idea central que motiva este artículo: en medio de esta gran orfandad de liderazgos morales y de propuestas “esperanzadoras” que nos toca vivir, donde toda aportación en la línea de la supervivencia moral es bienvenida, es oportuno y congruente plantear la plausibilidad del horizonte religioso como fundamento último de las esperanzas inmanentes.
Esta fue una constante, desde un titubeante agnosticismo, en las reflexiones del gran crítico literario George Steiner, que nos acaba de dejar este año a los noventa años, tal como recogía la reciente lección inaugural del curso en el Ateneu Universitari Sant Pacià. Por razones de seguridad, mientras el profesor Armando Pego desarrollaba su lección, se podía seguir el acto en streaming precisamente en la misma aula donde Rovira Belloso disertaba sobre la fe. Steiner, un judío agnóstico autor de unos libros clave para entender la crítica literaria desde los años sesenta hasta la actualidad, afirma en las primeras páginas de Presencias reales, uno del sus libros más famosos: “Cualquier explicación coherente de la capacidad del habla humana para comunicar significado y sentimiento están, en ultima instancia, garantizadas por el supuesto de la presencia de Dios”.
La esperanza clásicamente se ha representado con el símbolo de un ancla. La esperanza necesita, pues, un punto firme de anclaje ya ahora en el presente. ¿Quién o qué está en condiciones de ofrecer un anclaje lo bastante sólido ya en el presente para caminar hacia aquello que todavía no vemos? Parece como si volviera a oír la voz serena e insistente del añorado profesor que nos hace llegar una respuesta plausible entre otros posibles: “Es la fe la posesión anticipada de aquello que esperamos, el convencimiento firme de aquello que no vemos” (He 11,1).
En una sociedad abierta como la nuestra, los creyentes tendrían que poder compartir que la esperanza en el triunfo final de la humanidad, anticipado en la Resurrección de Jesucristo, lejos de evadirlos del compromiso en el mundo, les da una fuerte motivación para implicarse a fondo. La esperanza en el cielo es un motivo para anticiparlo en la medida de lo posible en la tierra.
Ante la orfandad de liderazgos morales y
propuestas “esperanzadoras” se plantea la opción del horizonte religioso
Los creyentes tendrían que compartir que la esperanza en el cielo invita a anticiparlo
en la tierra