La Vanguardia

¿Cómo que no hay balcones?

- LLÀTZER MOIX

El premio FAD de Arquitectu­ra ha recaído en el 2020 en este bloque de 79 viviendas protegidas ubicado en Sant Boi de Llobregat. Por fuera parece una mole monumental, ensimismad­a, pero dentro esconde un gran vacío comunal, que genera espacios de relación amplios, inusuales en esta tipología, y alrededor del cual se sitúan los pisos, todos con vistas exteriores. El proyecto surgió de una restricció­n: el edificio no debía tener balcones en su perímetro. Sus autores acataron la segunda parte de la restricció­n (en su perímetro), pero no la primera (sin balcones), y le dieron la vuelta al edificio, como a un calcetín, poniendo los balcones en sus fachadas interiores. En puridad, no son balcones, sino pasarelas de acceso a los pisos y también terrazas, muchas de ellas compartida­s, que le dan cierto aire de corrala, aunque sin los agobios de este tipo de viviendas populares.

Los barcelones­es MIM-A (Mariona Benedito y Martí Sanz) y el madrileño Estudio Herreros (Juan Herreros y Jens Richter) sumaron fuerzas para afrontar este proyecto. Y lo hicieron potenciand­o los espacios comunitari­os. El edificio tiene planta en forma de H o de A (depende del nivel). En su punto central está el núcleo de comunicaci­ones verticales, comprimido para que los espacios –grandes atrios– que se sitúan a lado y lado sean más holgados. Y no lo son poco. Ahí está el carácter de la obra, definido por la volumetría de sus vacíos. Y, también, por el esmero en el acabado de los detalles constructi­vos en este interior –abierto– de color verde jade y rosa palo: las entregas de las losetas cerámicas están muy cuidadas, las rejas en espiga son sencillas e ingeniosas, y las circulacio­nes –una vez se dominan las escaleras cruzadas– son aireadas y cómodas.

MIM-A y Estudio Herreros alaban la excelente disposició­n de su cliente, el Impsol, que les permitió pasar de los 105 pisos iniciales exigidos en el concurso (del 2008), a 95, primero, y finalmente acabar en 79. Siempre con el propósito de potenciar el espacio público encerrado en esta obra y, con él, la relación entre los vecinos. Sin olvidar, claro está, la resolución de los pisos, que se ofrecen con superficie­s de entre 60 y 90 metros cuadrados, todos con excelentes vistas y acabados más que correctos, dado el módico presupuest­o disponible.

En el gremio arquitectó­nico está muy extendida la idea de que toda restricció­n supone una oportunida­d. Se trata de saber sortear esa restricció­n y, si es posible, sacarle un partido a priori insospecha­do. Esta obra es una prueba irrefutabl­e de que tal cosa es posible.

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