La Vanguardia

Los míos

- Xavier Aldekoa

Grandão fue el rey de Praia Nova desde que apareció con el único balón de cuero del barrio. Nadie supo nunca cómo lo consiguió, comprarlo no podía. Desde aquel día, en el descampado de detrás de la carnicería del señor Jorge, los niños de las chabolas del sur de Beira se reunían cada tarde para jugar pachangas interminab­les.

Grandão tenía diez años y era pequeño como un topo, que en el barrio siempre se han puesto motes a la contra. Tenía la cabeza redonda y el tronco corto como una bellota y cuando se colocaba el balón bajo el brazo para escoger a su equipo, los demás le decían que parecía “o número oito” y se morían de la risa. Él murmuraba “filhos de puta” y hacía lo de siempre: Orelhas, Bébé, Nelson y Gato en su equipo. Orelhas tenía, claro, unas orejas diminutas, Bébé era el mayor y a Nelson le llamaban así por Mandela, porque siempre se pegaba con todos. Gato se llamó Sarampo hasta que una noche, al volver de un partido, se cruzó un gato en la calle y no se le ocurrió otra cosa que lanzarle un pedrusco y le dio de lleno en la cabeza. Catacroc. Desde entonces le llamaban Gato.

Para Grandão eran más que sus amigos: eran camaradas, su equipo. Retaban cada tarde a otros chavales y perdían sin misericord­ia. Eran malos a rabiar. Ni siquiera hacían trampas del tipo esa ha sido alta o resbalón, penalti para el Madrid. Perdían y punto.

Al quinto día seguido de verles palmar, le pregunté a Grandão por qué no escogía a otros compañeros de equipo de vez en cuando, para espaciar las somantas. Se ofendió un poco.

–¿Y qué más da si no son los mejores? Son los míos.

En los próximos meses, los socios del Barça decidirán quién dirige al club. En todas las candidatur­as se repetirá la improbabil­idad: un club con estrellas en el campo de todos los rincones del planeta,

Los socios del Barça decidirán quién dirige el club: un transatlán­tico será pilotado por ‘nois’ de la casa

con jugadores argentinos, franceses, guineanos, bosnios o estadounid­enses; un transatlán­tico de cientos de millones de presupuest­o, será dirigido por nois de la casa. Ocurre lo mismo en el Madrid: los directivos son siempre cercanos, producto nacional. Amigos, fieles. ¿Los mejores en su puesto? Quizás. Lo que es indiscutib­le en las principale­s multinacio­nales del mundo, ávidas de fichar talento para sus puestos de responsabi­lidad sin importar la nacionalid­ad, se vuelve trivial en los despachos de club. ¿Élite? Solo en el césped. Es indudable que la presidenci­a y otros puestos clave de la directiva reclaman sentiment, es más discutible si la pasión culé ayuda a cerrar fichajes de 120 millones, conseguir contratos publicitar­ios o calcular si compensa venderle el alma a Goldman Sachs.

En breve se abrirá la veda al cetro culé y Grandão seguirá jugando en su descampado sucio de Mozambique. Dirán lo mismo.

–¿Y qué más da si no son los mejores? Son los míos.

Porque el balón es suyo.

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