La Vanguardia

El transforma­dor aéreo

- LALO AGUSTINA

Esta semana, Luis Gallego (Madrid, 1968), consejero delegado de Internatio­nal Airlines Group (IAG) –el holding de British Airways, Iberia, Vueling y otras aerolíneas–, demostró que no le tiembla el pulso cuando se trata de tomar decisiones. Apenas un mes después de su llegada a la cúpula del grupo hispano-británico, Gallego apartó de los mandos de British a Álex Cruz, a cuyas órdenes había estado durante siete años en su etapa de Clickair-vueling, en el marco de una reestructu­ración de la dirección. El mensaje a tripulante­s y al mercado quedó meridianam­ente claro: el manual de gestión de Gallego pasa por tomar las mejores decisiones con independen­cia de a quién afecten.

Es lo que este ingeniero aeronáutic­o, que empezó su carrera como formador de mandos del Ejército del Aire en San Javier (Murcia), aprendió en el PPD del IESE y lleva treinta años poniendo en práctica, desde su paso fugaz por Aviaco e Indra hasta sus dos escuelas vitales: Air Nostrum, entre 1997 y el 2006, y Clickair-vueling justo después, hasta su marcha a fundar Iberia Express en el 2012 y ascender a la cúpula de Iberia solo un año más tarde.

Quienes le trataron esos años le recuerdan bien y hablan maravillas de él. “Es muy campechano, sencillo y dice las cosas como son, a la cara, lo cual facilita mucha la tarea de la gente y cohesiona a los equipos”, comenta un cargo intermedio de Vueling. Fueron años duros. Iberia creó en el 2006 una aerolínea, Clickair, para defenderse del éxito de Vueling, la primera low-cost del sector aéreo en España, que le estaba robando clientes a espuertas. Gallego, como director de operacione­s, cumplió a la perfección y, tres años después, Iberia logró ahogar y engullir a Vueling, con la que fusionó a Clickair. Tocó entonces integrar y Gallego lo bordó.

“Recuerdo algunas de las primeras reuniones de los dos equipos, no exentas de tensión, pero él siempre sumaba”, asegura uno de los directivos de la nueva Vueling sobre aquel momento. En aquellos años, a caballo entre Barcelona y Madrid –balseando, como se dice en el sector–, Gallego ya aplicaba su costumbre de remangarse para que no se le escapara detalle del negocio.

En los viajes de vuelta a casa, siempre se pasaba el trayecto en la cabina, hablando con la tripulació­n y escuchando, sobre todo escuchando. Otro detalle: no solía perderse las entregas de nuevos aviones de Airbus en Toulouse. Le servía para hablar con los técnicos, conocer los procesos. Empaparse, en definitiva, de todo lo que es clave en su compañía, desde el principio al final.

¿Sin aristas? “Bueno, es muy afable y cercano, pero yo prefería estar bien lejos de él en aquellos momentos en los que se enfadaba”, apunta un antiguo colaborado­r suyo. “Luis siempre ha sido muy exigente, trabaja hasta la extenuació­n y puede apretar porque lo ha hecho casi todo desde abajo”, añade otro, que también pide el anonimato. En el 2013, después de haber lanzado Iberia Express, llegó su gran prueba de fuego: reflotar, una vez más, una Iberia languideci­ente que –como sostienen algunos– “llevaba más camino de convertirs­e en una Alitalia que de ser lo que es ahora”. Y Gallego le dio la vuelta a la aerolínea, no sin grandes sacrificio­s personales, renovando la flota y apretando de lo lindo a la plantilla. La reconversi­ón fue total y los resultados, espectacul­ares. Como broche, tras meses de conversaci­ones, consiguió hace unos meses un acuerdo con Pepe Hidalgo para adquirir Air Europa, su principal competidor local y en los vuelos a Latinoamér­ica. Solo la pandemia ha retrasado la ejecución de una compra que llegará, previsible­mente, tras la entrada de la SEPI en el capital de Globalia, el grupo del que forma parte Air Europa.

Ahora, el reto de Gallego es mayúsculo. A corto plazo, como todas las aerolíneas, solo importa sobrevivir. IAG ha ampliado capital en 2.000 millones y ha renunciado a recibir capital público. Su foco está en la reducción de costes y... en un incendio propio, el Brexit, que puede acabar afectando –se espera que no– a sus derechos de vuelo. Cuando pase la tormenta, Gallego deberá afrontar la unificació­n de las numerosas marcas del grupo, la apuesta por el largo radio y recuperar la estabilida­d financiera y el valor en bolsa, hoy hundido. Madridista empedernid­o, getafense de adopción y amante del jamón, las gambas y el tapeo, Gallego visita Murcia –de ahí es su familia política– con bastante frecuencia. Se evade de las turbulenci­as aéreas jugando al pádel y, aunque siempre está conectado, es de los que tiene claro su deber de conciliar la vida personal con la profesiona­l.

Afable, tenaz y efectivo, integró Vueling, reflotó Iberia y pactó la compra de Air Europa

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GUSI BEJER

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