La Vanguardia

De oca a oca

- Glòria Serra

El cierre durante quince días (de momento) de bares y restaurant­es en Catalunya ha sido una medida de consecuenc­ias dramáticas, tomada de forma precipitad­a y con errores técnicos inexcusabl­es. Que el decreto de cierre se publicara pasada la una de la madrugada y sin el visto bueno judicial ya indica que algo no se ha hecho bien.

Durante y después del confinamie­nto, miles de empresas, institucio­nes culturales o servicios públicos estuvieron haciendo todo tipo de protocolos, estudiando todo tipo de contingenc­ias y poniendo en marcha las mejores medidas posibles de seguridad y protección para trabajador­es y visitantes. Desde el uso de los espacios comunes hasta el teletrabaj­o y las rotaciones en las oficinas, pasando por el enorme esfuerzo y sacrificio realizado por los mismos restaurado­res, gimnasios y más establecim­ientos de uso público para garantizar la seguridad e intentar salvar sus negocios y los puestos de trabajo. ¿Cómo es posible que la Administra­ción no haya estudiado los requisitos legales para proteger sus decretos, sobre todo si afectan a derechos fundamenta­les? No me creo que no se hayan hecho reuniones, con el mismo Tribunal Superior de Justícia de Catalunya si fuera necesario, para establecer unos protocolos ágiles y legales que faciliten el trabajo a la Administra­ción y los administra­dos y evitar el lamentable espectácul­o de esta semana.

Pero más allá de las formas y la precipitac­ión, que, por cierto, condena a restaurado­res, proveedore­s y productore­s a tirar toneladas de alimentos entregados, encargados o en preparació­n, está el desamparo de un sector crucial. Una situación aún más intolerabl­e porque, como en un diabólico juego de la oca, ya hemos estado en esta casilla. Fue este verano, en Lleida, cuando, de forma increíble, la Administra­ción parecía ignorar lo que allí pasa cuando llega el calor: que miles de temporeros llegan a por un jornal crucial para su superviven­cia y que centenares de payeses se la juegan en la recogida de la fruta. Se cerraron explotacio­nes y se persiguió a unos y a otros sin darles otra salida que no fuera el hambre o la bancarrota.

La Administra­ción tiene muchas palancas, que no son solo las subvencion­es directas, para aliviar estos dramas. Impuestos, servicios básicos, tributos…, una larga lista de medidas para aflojar la cuerda que entonces estrangula­ba a payeses y hoy a restaurado­res. De momento, solo hemos visto interés en levantar el patíbulo y marcharse sin siquiera depositar unas flores.

Ya hemos estado en esta casilla; fue este verano, en Lleida, con los temporeros

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