La tristeza de la alegría
La gioia
Creación y dirección:
Pippo Delbono
Intérpretes: Dolly Albertin, Gianluca Ballarè, Margherita Clemente, Pippo Delbono, Ilaria Distante, Simone Goggiano, Mario Intruglio, Gianni Parenti, Pepe Robledo, Grazia Spinella y la voz de Bobò
Lugar y fecha: Teatre Municipal de Girona, Temporada Alta (12/X/2020)
Con Pippo Delbono la indiferencia es imposible. Un universo teatral sin concesiones. Profundamente impregnado por las fantasmagorías y la poética de su hacedor. Siempre hay un momento para el paroxismo, la contemplación, los pasos subidos a unos tacones, el vértigo de la música y la belleza de lo imperfecto. También hay palabra, pero discreta y puntual. Sus obras solo desean ser descifradas desde el estímulo de los sentidos y las emociones. Olvídense de aplicar la lógica. Todo eso también se encuentra en La gioia, un espectáculo sobre la aceptación que nació en vida de Bobò (uno de los miembros de su compañía más emblemáticos desde que lo rescató en 1996 de un manicomio) y se ha transformado en un canto fúnebre a su memoria. El banco de su escena ahora embellecido como un altar a su ausencia cubierto de flores.
Con la edad se ha mitigado la rabia y crece la melancolía. Su compañía cada vez más destinada a ser más apariciones que personajes. Cada vez más silentes. El confesionario se lo reserva Delbono micro en mano. Visiones que pasan en un desfile que parecen querer ilustrar las cinco fases del duelo: negación, ira, frustración, depresión y aceptación. Un dolor que va más allá de la reciente pérdida de Bobò. Algo más íntimo, relacionado quizá con una compleja biografía personal. Teatro que es puro ritual catártico, como ese vals de Khachaturian que es el compás perfecto para la borrachera de la mente. Como Jennifer Jones en Madame Bovary.
El traje estético es el circo. El lugar donde la magia se confunde con la tristeza, la belleza con el horror. Una irrealidad que en este montaje se muestra como un híbrido ambiental entre Tim Burton (Big fish)y Tod Browning (La parada de los monstruos). La emoción dominante es la serenidad de constatar que todo es pasajero, tanto la felicidad como la tristeza. Tan perecedero como la explosión floral que acabará por cubrir el escenario. Composiciones barrocas que también disimulan el frío hierro de la jaula de un depresivo. Una propuesta fragmentada sin un orden excesivamente determinado, pero que reivindica en cada escena esos géneros teatrales etiquetados como menores pero que conservan mejor que otros la magia de una realidad alternativa. Allí solo donde te puede llevar el circo, el mimo o las varietés. Del espectador depende si quiere viajar. La invitación de Delbono es fugaz y enigmática, como el conejo blanco que persigue Alicia hasta caer por un tronco del árbol a un país de incomprensibles maravillas.