Detenidos el vikingo del Capitolio y dos atacantes del despacho de Pelosi
El FBI detuvo ayer en Arizona a uno de los más estrafalarios participantes del asalto contra el Capitolio de Estados Unidos, Jake Angeli, el hombre que irrumpió en el edificio con el pecho al aire, cubierto con pieles de bisonte y tocado con un casco con cuernos de vikingo.
Actor de profesión, Angeli, de 32 años, había sido rápidamente identificado en las redes sociales como participante en los hechos. Se le conoce como Q-shaman, por su aire de hechicero y su afición a los bulos de Qanon, el movimiento que defiende la existencia de una conspiración mundial para encubrir una red de tráfico sexual de menores al servicio de los demócratas.
Jacob Anthony Chansley, como en realidad se llama, está acusado de entrar ilegalmente en un edificio oficial, comportamiento violento y desórdenes. Esta acusación se suma a otras practicadas por el FBI en los últimos días en varios puntos del país. Entre ellos, dos vándalos que arrasaron las dependencias de la presidenta de la Cámara Baja, la demócrata Nancy Pelosi.
En las fichas policiales aparecen serios y afeitados. En las fotos que hicieron famosos a los dos hombres, ambos lucían barba. Pero el súbito cambio de look no ha impedido que el FBI identificara como sospechoso a Richard Barnett, el hombre natural de Arkansas que posó sonriente para varios fotógrafos con los pies encima del escritorio de Pelosi. Tampoco a Adam Johnson, residente en Florida, supuestamente el individuo que aparece en diferentes fotos portando el atril de la demócrata al hombro.
Al igual que muchos otros simpatizantes del presidente, también habían dejado abundante rastro en las redes sociales de su participación en la manifestación y el asalto a la Cámara Legislativa de EE.UU. Ambos están acusados de ingreso ilegal en un edificio oficial, violencia y robo de propiedad pública. Barnett no niega que estuviera allí, pero asegura que no forzó ninguna puerta para entrar, que de repente se encontró impulsado por las masas dentro del edificio. “Iba caminando en busca de un lavabo”, dijo a una televisión local antes de ser arrestado. Tampoco robó nada: dejó unos céntimos sobre la mesa de Pelosi por el sobre que se llevó.
La aventura puede salirles cara. Una ley aprobada el año pasado por el presidente Donald Trump a raíz de la destrucción de estatuas en varias ciudades del país castiga con hasta 10 años de cárcel el destrozo de propiedad federal. Las autoridades investigan ahora el destino del material sustraído del Capitolio, desde equipos informáticos a mobiliario o el letrero de la oficina de Pelosi.