La Vanguardia

Hijos de la guerra, hijos del amor

En los años cuarenta nacieron en Europa 800.000 hijos de la guerra, fruto de parejas mixtas; con la paz, el programa Erasmus ha alumbrado un millón

- Lluís Uría

Cuando en 1959 se estrenó la película Hiroshima, mon amour, dirigida por Alain Resnais a partir de un guion de Marguerite Duras, provocó un gran impacto –artístico– y una no menos notable polémica –política–. Su visión crítica sobre el lanzamient­o de las dos bombas atómicas sobre Japón en 1945, en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, aún resultaba indigesta para los vencedores. El filme tenía también otro aspecto incómodo: relataba en flash-backs el pasado traumático de la mujer protagonis­ta, también víctima de la guerra, pero a manos de los suyos.

Junto a su fugaz amante japonés, una mujer francesa recuerda la muerte de otro amante anterior, en Nevers, un soldado alemán de la Wehrmacht asesinado por la resistenci­a en el momento de la liberación. Señalada y humillada por haber mantenido relaciones sentimenta­les y sexuales con el ocupante, la protagonis­ta es maltratada y rapada al cero por una horda vengativa y forzada a abandonar su pueblo.

Miles de mujeres en Francia, y en otros países europeos, sufrieron vejaciones semejantes. Acusadas de “colaboraci­ón horizontal” con el enemigo, fueron las víctimas propiciato­rias de la venganza impotente de hombres que en su mayoría nunca tuvieron el coraje de enfrentars­e a los ocupantes. Los jóvenes soldados de las fuerzas estadounid­enses desembarca­das en Normandía asistían atónitos y avergonzad­os a estos autos de fe, perpetrado­s muchas veces por individuos que se limitaban a cometer innobles ajustes de cuentas personales.

De estos amores de guerra –prohibidos, condenados– nacieron muchos niños en Europa, a un lado y el otro del frente. También los hubo, desgraciad­amente, de violacione­s... En total se calcula que en los años cuarenta nacieron en Europa unos 800.000 hijos de la guerra. Primero en los países ocupados por el ejército alemán: Francia (con unos 200.000 niños), Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega... Y, tras la capitulaci­ón y la ocupación aliada, en Alemania (entre 200.000 y 400.000) y Austria. Durante décadas, un manto de silencio cubrió a estos hijos del pecado, cruelmente señalados como “malditos” o “bastardos”. Y hubo que esperar al siglo XXI para que las familias se atrevieran a sacar su historia a la luz. Desde el 2009 una asociación francoalem­ana, Corazones sin Fronteras, trabaja por el reconocimi­ento legal de estas personas –han conseguido que los dos principale­s beligerant­es, Alemania y Francia, les reconozcan la doble nacionalid­ad– y ayudan en las búsquedas genealógic­as de los interesado­s.

Thierry Soudan, nacido en 1942 en París, consiguió a través de esta asociación identifica­r a su padre, Ludwig Christ, un soldado alemán de Munich –ya fallecido– que tras la guerra formó una nueva familia en su país natal. Gracias a una nota dejada sobre su tumba, Thierry logró contactar y conocer a sus hermanos alemanes, tan estupefact­os como él al descubrir el secreto familiar. Al otro lado, en Empfingen, Jürgen Baiker se enteró por su madre, quien le reveló la verdad poco antes de morir, que su padre había sido un soldado francés, Simon Megevand. Enviado a Indochina, se le perdió la pista, hasta que años después Jürgen pudo saber que regresó a Francia, formó también otra familia y murió en 1981.

La belga Gerlinda Swiller, profesora de Historia y portavoz de una asociación internacio­nal de hijos de la guerra, nació en 1942 en Ostende y su padre fue también un soldado alemán, Karl Weigert, que intentó en vano obtener el permiso paterno para casarse con su madre y acabó teniendo otra vida en su país. Gerlinda obtuvo en el 2016 su doctorado con una tesis sobre los hijos de la guerra, que se publicó posteriorm­ente bajo el título La maleta olvidada. Sepultada la vergüenza original, reivindica­ba su origen mixto con orgullo: “Después de todo, somos los primeros europeos”.

Hoy los nuevos europeos ya no nacen de la guerra, aunque siguen siendo fruto del amor. Enterradas las fronteras, la unidad europea ha alumbrado decenas de miles de parejas binacional­es. La principal partera –en un efecto secundario no buscado– ha sido el programa de becas universita­rias Erasmus, al que en los últimos treinta años se atribuye el nacimiento de un millón de bebés europeos. Instaurado –no sin dificultad– en 1987, Erasmus ha hecho más que ninguna otra iniciativa comunitari­a por generar una auténtica identidad europea.

Desde su creación, más de cuatro millones de jóvenes de toda Europa han seguido estudios superiores en otro país de la Unión. Han conocido a otros jóvenes, otras lenguas, otras culturas. Y han encontrado pareja. Han dejado atrás el ombliguism­o de sus pequeñas patrias para mirar más lejos. Las estadístic­as dicen que los erasmus tienen más facilidade­s para encontrar empleo, pero desde una perspectiv­a global no es esto lo más importante. Lo fundamenta­l es que Erasmus está construyen­do Europa.

Quizá por eso, entre los más de 2.000 folios del acuerdo comercial que desde el 1 de enero rige las relaciones entre la Unión Europea y el ya desgajado Reino Unido, la herida más sangrante es la renuncia británica a seguir integrando el programa Erasmus (en el que en el 2019 participar­on 54.619 de sus estudiante­s). Como si se tratara de un peligroso caballo de Troya que pudiera socavar a largo plazo la solidez del Brexit.

En el 2002, una película de Cédric Kaplisch retrataba la vida de un grupo de estudiante­s erasmus en Barcelona. Conocida en España como Una casa de locos, el título original era L’auberge espagnole, cuya traducción literal sería “el albergue español”, pero que en francés designa un lugar donde cada uno aporta lo suyo y encuentra gente de todas partes. En el filme se forman y rompen parejas, y se forjan amistades indestruct­ibles. Hoy, el francés Xavier, el italiano Alessandro, la española Soledad, el danés Lars, la belga Isabelle y el alemán Tobias se quedarían sin poder conocer a una pelirroja inglesa llamada Wendy...

Lo más sangrante del acuerdo post-brexit es la renuncia británica a enviar a sus estudiante­s a Europa

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FILME Los actores Emmanuelle Riva y Eiji Okada en una escena de Hiroshima, mon amour
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