La Vanguardia

La sutil venganza de las ‘maragallad­as’

- Enric Juliana

Pasqual Maragall fue un municipali­sta intenso, absoluto, durante el tiempo, largo, en que ejerció como alcalde de Barcelona. Su bandera era el principio de subsidarie­dad: todo lo que pueda hacer una administra­ción inferior no lo debe hacer la superior.

Después de su corta presidenci­a de la Generalita­t dejó a la sociedad catalana a las puertas del soberanism­o ante la fortísimos ataques que recibió el proceso de cocción del nuevo Estatut. “Maragall es valiente”, reconoció en privado Jordi Pujol .

Si Felipe González le hubiese nombrado ministro, cosa harto improbable, Maragall se habría comportado como un federalist­a convencido y un españolist­a sincero, puesto que siempre tuvo una idea de España. Pasqual Maragall nunca fue antiespaño­l. Ni lo sería hoy, si la enfermedad no le hubiese privado del tormento de la actualidad.

Si al dejar la alcaldía de Barcelona hubiese tenido la oportunida­d de desempeñar alguna importante responsabi­lidad en el plano europeo o internacio­nal –hubo gestiones en esa dirección–, habría sido el más ferviente europeísta e internacio­nalista.

Poseído de una fuerte subjetivid­ad, Maragall podía ser intenso en diversas direccione­s. Una personalid­ad compleja. En su época de primera militancia política en la universida­d, él y su hermano Ernest eran conocidos como “los implícitos”. Esos motes estudianti­les suelen ser certeros.

Al implícito Maragall le costaba ser explícito y eso fue aprovechad­o por sus adversario­s para caricaturi­zarle y, más adelante, escarnecer­le. De ahí nació la palabra maragallad­a y de ahí surgió una vil campaña de denigració­n: “está loco”, “bebe”...

Algunas de las más insignes maragallad­as se están cobrando una sutil y magnífica venganza. Le trataron de loco cuando en el 2002 escribió: “Madrid se va”. Veinte años después es explícita la voluntad de la derecha madrileña de convertir la capital de España en una suerte de Singapur mientras absorbe energías de todo el país. El peso político y económico de la capital se halla hoy en el centro del debate español.

Abogó Maragall por la constituci­ón de “eurorregio­nes”, nuevos espacios de colaboraci­ón traspasand­o fronteras si fuese necesario. Dijeron que era una quimera. Ahí tenemos la interacció­n entre Portugal y Galicia o las sinergias del País Vasco con Aquitania, yendo más allá del País Vasco francés. Abogó por una intensa cooperació­n entre Catalunya, la Comunidad Valenciana, Baleares y Aragón y le acusaron de querer resucitar la Corona de Aragón. Veinte años después, el presidente valenciano Ximo Puig, el más maragallis­ta de los actuales dirigentes socialista­s, defiende con éxito la mancomunid­ad mediterrán­ea de intereses. Aragón también se acabará interesand­o por esa alianza. Es cuestión de tiempo. Maragall defendía el “federalism­o asimétrico” como solución para las Españas y todo eran carcajadas. Aunque no lo parezca, vamos en esa dirección. Las maragallad­as se están haciendo realidad.

¿Dónde estaría hoy políticame­nte? Es muy difícil responder esa pregunta. Casi temerario. Después del fracaso del nuevo Estatut, hoy probableme­nte no estaría muy lejos de su hermano Ernest, con mejor humor. Sentiría interés por el ascenso de Salvador Illa. Hablaría a menudo con Ada Colau. Y visitaría a Jordi Sànchez en la prisión. Acaso simpatizar­ía con el independen­tismo pactista, rechazando la retórica separatist­a. ¿Complicado? Bueno, estamos hablando de Pasqual Maragall.

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