La sutil venganza de las ‘maragalladas’
Pasqual Maragall fue un municipalista intenso, absoluto, durante el tiempo, largo, en que ejerció como alcalde de Barcelona. Su bandera era el principio de subsidariedad: todo lo que pueda hacer una administración inferior no lo debe hacer la superior.
Después de su corta presidencia de la Generalitat dejó a la sociedad catalana a las puertas del soberanismo ante la fortísimos ataques que recibió el proceso de cocción del nuevo Estatut. “Maragall es valiente”, reconoció en privado Jordi Pujol .
Si Felipe González le hubiese nombrado ministro, cosa harto improbable, Maragall se habría comportado como un federalista convencido y un españolista sincero, puesto que siempre tuvo una idea de España. Pasqual Maragall nunca fue antiespañol. Ni lo sería hoy, si la enfermedad no le hubiese privado del tormento de la actualidad.
Si al dejar la alcaldía de Barcelona hubiese tenido la oportunidad de desempeñar alguna importante responsabilidad en el plano europeo o internacional –hubo gestiones en esa dirección–, habría sido el más ferviente europeísta e internacionalista.
Poseído de una fuerte subjetividad, Maragall podía ser intenso en diversas direcciones. Una personalidad compleja. En su época de primera militancia política en la universidad, él y su hermano Ernest eran conocidos como “los implícitos”. Esos motes estudiantiles suelen ser certeros.
Al implícito Maragall le costaba ser explícito y eso fue aprovechado por sus adversarios para caricaturizarle y, más adelante, escarnecerle. De ahí nació la palabra maragallada y de ahí surgió una vil campaña de denigración: “está loco”, “bebe”...
Algunas de las más insignes maragalladas se están cobrando una sutil y magnífica venganza. Le trataron de loco cuando en el 2002 escribió: “Madrid se va”. Veinte años después es explícita la voluntad de la derecha madrileña de convertir la capital de España en una suerte de Singapur mientras absorbe energías de todo el país. El peso político y económico de la capital se halla hoy en el centro del debate español.
Abogó Maragall por la constitución de “eurorregiones”, nuevos espacios de colaboración traspasando fronteras si fuese necesario. Dijeron que era una quimera. Ahí tenemos la interacción entre Portugal y Galicia o las sinergias del País Vasco con Aquitania, yendo más allá del País Vasco francés. Abogó por una intensa cooperación entre Catalunya, la Comunidad Valenciana, Baleares y Aragón y le acusaron de querer resucitar la Corona de Aragón. Veinte años después, el presidente valenciano Ximo Puig, el más maragallista de los actuales dirigentes socialistas, defiende con éxito la mancomunidad mediterránea de intereses. Aragón también se acabará interesando por esa alianza. Es cuestión de tiempo. Maragall defendía el “federalismo asimétrico” como solución para las Españas y todo eran carcajadas. Aunque no lo parezca, vamos en esa dirección. Las maragalladas se están haciendo realidad.
¿Dónde estaría hoy políticamente? Es muy difícil responder esa pregunta. Casi temerario. Después del fracaso del nuevo Estatut, hoy probablemente no estaría muy lejos de su hermano Ernest, con mejor humor. Sentiría interés por el ascenso de Salvador Illa. Hablaría a menudo con Ada Colau. Y visitaría a Jordi Sànchez en la prisión. Acaso simpatizaría con el independentismo pactista, rechazando la retórica separatista. ¿Complicado? Bueno, estamos hablando de Pasqual Maragall.