Una verdadera lección de vida
Los 80 años de mi padre me han llevado a releer algunos de sus discursos, libros y artículos a partir de aquel otoño del 2007, en que el alzheimer irrumpió en nuestra vida. Catorce años después, sorprende que sus palabras no han perdido sentido, que sus objetivos se revelen más necesarios que nunca y que su personalidad –a pesar de dolorosas pérdidas– todavía deja al descubierto su calidad humana.
En aquella rueda de prensa en el hospital de Sant Pau, donde hizo público su reciente diagnóstico, un Pasqual Maragall determinado tomaba el siguiente compromiso: la firme voluntad de ayudar a derrotar la enfermedad de Alzheimer promoviendo la investigación científica y la ambición de mejorar la consideración social de las personas a afectadas por la enfermedad.
En aquel momento, el impacto de la noticia no nos dejaba leer la profundidad de sus palabras. Hay una voluntad política en la manera en que hizo aquella declaración, plenamente coherente con su trayectoria. Una rueda de prensa en primera persona, en un hospital público, pidiendo respeto por los médicos e investigadores que lo rodean, desbordando agradecimiento a las personas que lo acompañan, con sentido del humor y la mirada puesta en un futuro sin alzheimer para las próximas generaciones.
Aquel 2007 Pasqual Maragall toma dos decisiones trascendentales. De acuerdo con su ideario político, crea la Fundació Catalunya Europa, que da salida a su vocación europeísta promoviendo el estudio, la reflexión y el debate permanente. En paralelo, para entender una enfermedad incomprensible, de la mano de mi madre, Diana Garrigosa, y del doctor Jordi Camí impulsa la Fundación Pasqual Maragall, donde actualmente trabajan más de 130 personas. A la fundación de lucha contra el alzheimer la avalan una producción de 120 publicaciones científicas en revistas de gran prestigio en los últimos cinco años, la decena de proyectos de investigación que tiene en marcha su centro de investigación en Barcelona y los más de 40.000 socios que, a día de hoy, le dan su apoyo.
A la vez, inicia el proyecto de rodar un documental sobre la enfermedad de Alzheimer con el cineasta Carles Bosch. De aquí nació Bicicleta, Cullera, Poma, donde explica en primera persona su paso por la enfermedad, convencido de que dignificará la vida de todas aquellas personas que conviven con ella. No hay enfermos de alzheimer, sino personas que viven con alzheimer.
A lo largo de estos años, mi padre ha ido perdiendo la noción de lo que era su objetivo en el 2007, pero hoy nos da una lección de humanidad aun mayor. Para él, lo más importante son las personas y trata con gran respeto y agradecimiento a todos los que lo cuidamos.
Aunque ha perdido la capacidad de leer, sigue recitando versos. Aunque ya no puede ir a conciertos, sigue escuchando música con deleite. Releo las palabras que escribí en el 2008 para la presentación de su libro Oda inacabada y me emociona pensar que, a pesar de tantas pérdidas, él todavía está ahí:
“Parlem de la seva capacitat d’arribar i d’engrescar a tothom, amb una alegria que desarma.
Parlem de la seva curiositat permanent, la seva mirada constant, oberta i sense perjudicis.
Parlem de la seva fidelitat a les persones, de la seva emotivitat.”
Y hablamos, aún hoy, de su generosidad. La primera etapa del confinamiento, poco después de morir mi madre, le desorientó y entristeció mucho. Un día en que le veía especialmente perdido, le pregunté si podía hacer algo por él, si echaba de menos a mi madre. Tragándose las lágrimas me dijo que no me preocupara, que el problema era suyo y ya saldría adelante. Touché. Una lección más de mi padre y de 80 años, a pesar de todo, llenos de vida.