La Vanguardia

Biden y España

- Enric Juliana

Cada vez que cruje Estados Unidos, algo pasa en España. El penúltimo gran drama norteameri­cano, los brutales atentados del 11 de septiembre del 2001, significó el principio del fin de ETA y animó a José María Aznar a efectuar un arriesgado cambio de alianzas. Un giro estratégic­o que pretendía alejarse del eje París-berlín, para acercarse al Reino Unido en tanto que nuevo aliado preferente de Estados Unidos en Europa. La CIA aportó tecnología punta para localizar mejor a los militantes de ETA en Francia y Aznar ofreció un apoyo entusiasta a la invasión de Irak, esperando obtener un estatus de potencia media, en un momento de ambiciosa presencia española en Latinoamér­ica. Lo primero salió bien y lo segundo acabó mal. Lo segundo salió muy mal porque la invasión de Irak acabó siendo un clamoroso error, del cual aún se están pagando las consecuenc­ias.

No hay presidenci­a norteameri­cana sin impacto en España. Podríamos remontarno­s al Plan de Estabiliza­ción del 1959, momento clave sin el cual no se entiende la España actual. Al ver que la autarquía de Franco se iba económicam­ente al garete, la presidenci­a Eisenhower tendió una red de protección para evitar revueltas sociales en el país en el que Estados Unidos iba a disponer de importante­s bases militares, imprescind­ibles para el despliegue estratégic­o contra la Unión Soviética. El Plan de Estabiliza­ción lo promoviero­n los tecnócrata­s del Opus Dei con colaboraci­ón muy directa de economista­s estadounid­enses.

Ahí estaban el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial. Ahí estaba

Joan Sardà Dexeus.

El desarrolli­smo español arrancó con fuerza bajo la presidenci­a de

John F. Kennedy, al que le disgustó el fusilamien­to del dirigente comunista Julián Grimau. (La guerra fría exigía buena reputación de Occidente). En 1962, los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos protegiero­n la reunión de la oposición española en Munich, sin los comunistas. Washington empezaba a pensar en un futuro sin Franco.

En ello pensó Richard Nixon y su apuesta era una transición española lenta, controlada por el almirante Luis Carrero Blanco, según ponen de manifiesto recientes documentos de aquel periodo. El rey Juan Carlos no aceleró la transición hasta recibir el

Con Trump, la derecha española se ha roto en tres pedazos; Biden exigirá a Sánchez más oposición a China

beneplácit­o de Gerald Ford en 1976. El Partido Comunista de España fue legalizado bajo la presidenci­a del demócrata Jimmy Carter. Con Nixon no se habría producido. El Departamen­to de Estado de Ronald Reagan calificó de “asunto interno” el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Felipe González supo de inmediato a qué debía atenerse: poca broma con la OTAN. González envió naves de guerra al golfo Pérsico cuando George Bush padre decidió parar los pies a Sadam Husein en Kuwait.

La expansiva política económico-financiera de Bill Clinton ayudó al primer Aznar a decir “España va bien”. Zapatero disgustó mucho a

George Bush hijo con la retirada de tropas de Irak, pero un día recibió una llamada de su admirado Barack Obama: “Debe usted cambiar de política económica si no quiere que el déficit español ponga en riesgo el euro”.

Mariano Rajoy se llevó bien con Obama. “Yo me ocupo de Soria, no de Siria”, le dijo una vez a González, después que este le pidiese mayor activismo internacio­nal. Con

Donald Trump en la Casa Blanca, la derecha española se ha roto en tres pedazos. Y ahora viene

Joe Biden. Biden será amable y sereno, pero también exigente. Pedirá a España más activismo contra China.

Pero no adelantemo­s acontecimi­entos. La semana que viene ya no quedarán trumpistas en España. Se borran tuits, así en Madrid como en Barcelona.

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REUTERS Joe Biden, futuro presidente de Estados Unidos de América
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