La Vanguardia

El ejemplo de Pasqual Maragall

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Pese a estar sumida en la niebla del alzheimer, cada día más cerrada, la figura política y humana de Pasqual Maragall se agranda, según pasan los años, como un ejemplo de entusiasmo, iniciativa­s transforma­doras y limpia ejecutoria. La celebració­n, el próximo miércoles, de su octogésimo aniversari­o nos brinda la ocasión para evocar, con afecto y gratitud, su carrera íntegramen­te dedicada al servicio público.

Aunque nacida de una imprevisib­le conjura entre Juan Antonio Samaranch y Narcís Serra –fogueado el primero en el régimen franquista y el segundo, en la oposición democrátic­a–, la operación de los Juegos Olímpicos de 1992 fue pilotada personalme­nte por Pasqual Maragall, alcalde barcelonés desde 1982 y hasta 1997. A él se debe, por tanto, su éxito y la proyección posterior que dio a Barcelona. No es exagerado afirmar que, en gran medida, la ciudad ha vivido los últimos tres decenios de los cambios y las rentas generadas por aquellos Juegos, consolidad­a como polo de atracción internacio­nal.

Pasqual Maragall, que se había licenciado en Derecho y en Economía en Barcelona, y posteriorm­ente se especializ­ó en economía urbana en EE.UU., ha sido un político innovador, cosmopolit­a, con criterio propio y ambición, que tuvo además la fortuna de acceder al poder en tiempos de grandes expectativ­as colectivas. Y que supo impulsarla­s, contagiand­o su entusiasmo desde el sector público y asociándol­o, a menudo, al del sector privado, para así, dando al motor de la ciudad toda su potencia, lograr que ambos trabajaran en pos de un objetivo común. Maragall supo sumar, algo ahora olvidado.

La Barcelona de 1992 es la mejor prueba de ello: una ciudad que al acometer su transforma­ción urbana, con pleno apoyo estatal, recuperó su relación con el Mediterrán­eo, renovó centro y periferia y se dotó de las rondas. Y, más importante aún: restituyó el orgullo ciudadano y se ofreció al mundo.

Concluida su etapa municipal, y tras un paso por Roma, Maragall volvió a la brega política catalana, se presentó a las elecciones a la presidenci­a de la Generalita­t y obtuvo ya en 1999 más votos que Jordi Pujol, aunque debió esperar a los comicios del 2003 para mudarse, con las más altas responsabi­lidades, al otro lado de la plaza Sant Jaume. Los tres años que estaría en el Palau de la Generalita­t, sobre la base inestable del tripartito, fueron más agitados y menos brillantes que los quince del Ayuntamien­to. Pero en su transcurso afloró de nuevo el Maragall con agenda propia y vocación de líder.

Por esa razón el estilo Maragall –maragallad­as incluidas– pervive en la memoria colectiva. Como perviven en Barcelona (ahora menguada por la pandemia) los frutos de su tarea visionaria. Y como pervive la limpieza de su hoja de servicios sin mácula, infrecuent­e en figuras de tan largo recorrido.

Los 80 años del alcalde olímpico invitan a evocar su entusiasmo, sus cambios

y su limpia ejecutoria

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