La Vanguardia

Señoras que no se rinden

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Nos vamos a tener que ir acostumbra­ndo a vivir de susto en susto. Como era previsible, el 2021 es hijo del 2020, pero todo tiene sus ventajas, como tan bien expresa una canción de Serrat: “Bienaventu­rados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante solo cabe ir mejorando”. Ahora cualquier mínimo avance nos parece un logro y ver como las abuelas se visten de domingo para recibir la vacuna contra la covid con la ilusión de que ese escudo les permitirá gozar, otra vez, del contacto con hijos y nietos ha sido, y sigue siendo, el mejor argumento para un cuento de Navidad extensible a enero. La pulcritud de señoras, ya muy mayores, a las que la guerra y la posguerra les jodió la infancia y juventud y, pese a todo, siguieron adelante. Ellas que salían a la calle con vestidos cosidos en casa; los labios pintados de rojo y pisando fuerte con sus zapatos topolinos, arriba y abajo por el paseo de sus pueblos y ciudades, con la ilusión de que un buen mozo se fijara en ellas, son hoy un ejemplo de esperanza y también de fe en que no todo está perdido.

Ahora, aquellas pizpiretas muchachas de los cincuenta han rescatado los pendientes de su boda, los únicos buenos que algunas deben de tener, se han colgado su collarcito de perlas, que quizá les trajo un hijo que hizo la mili en Mallorca, y repeinadas y tan felices se han dejado pinchar en el mismo lugar donde lucen la cicatriz que les dejó la vacuna de la viruela, esa que identifica a nuestras madres y abuelas como luchadoras anónimas de mil batallas domésticas que afrontaron cantando coplas de Concha Piquer y Juanita Reina. Su imagen ha sido lo mejor de lo peor y debería dar que pensar a tanta zarrapastr­osa que piensa que ser libre es lucir una camiseta mugrienta y levantárse­la para enarbolar los pechos como desafío a un tiempo que, contra lo que parece, es mucho mejor que el anterior. en independen­tismo. En ese editorial, entre otras cosas, se decía que “nadie que conozca Catalunya pondrá en duda que el reconocimi­ento de la identidad, la mejora del autogobier­no, la obtención de una financiaci­ón justa y un salto cualitativ­o en la gestión de las infraestru­cturas son y seguirán siendo reclamacio­nes tenazmente planteadas con un amplísimo apoyo político y social”. Han pasado más de diez años y este diagnóstic­o es perfectame­nte válido. El procés ha fracasado, pero los problemas que provocaban el malestar catalán todavía están ahí. Y no se solucionan con buenas palabras.

En su vídeo de lanzamient­o, Illa suelta la frase “vuelve el futuro”. Me mareo. Entre la teoría de la relativida­d y la nostalgia por lo que no pudo ser, los socialista­s catalanes harían bien en recordar que los incumplimi­entos repetidos de gobiernos del PSOE con Catalunya también forman parte del pasado funesto –no queremos volver a él– que nos ha llevado hasta este presente bloqueado. No todo es fruto solamente de la política de la cerilla del PP.

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