La Vanguardia

Vacuna, hipocondri­acos y pesimistas

- Joan-pere Viladecans

Demasiados días, semanas y meses con todos los recuerdos de un mal año abriéndose paso en la noche. Contemplan­do un horizonte oscuro, áspero. Y sin poder confortarn­os: “Esto es un asunto que pasa en otra parte”. Un consuelo menos. No confundamo­s los pesimistas con los hipocondri­acos, aunque ambos colectivos se reconocen expectante­s y dubitativo­s con el advenimien­to de la vacuna, de las vacunas. El bípedo humano es un ser que duda, vacila y se balancea en la curva de un interrogan­te como una ninfa de un filme de Méliès sentada en la Luna en cuarto menguante. Antis a un lado, posiblemen­te la vacuna se trate del acontecimi­ento colectivo más importante de nuestras vidas. ¿Exagero? La exageració­n siempre se ha tuteado con la esperanza y a decir verdad con la religión. Y la superstici­ón. Hoy la esperanza es una siembra de pinchazos que llegan en camiones custodiado­s. Punzadas que ya se politizan. Estos tipos no tienen remedio. Claro, la enfermedad del político es la vanidad, el adoctrinam­iento social y, en el enjambre partidista, el rastreo de votos. Marketing.

Para la producción de un mito o de un héroe, lo más importante es prepararle un marco adecuado, darle un paisaje. Araceli Hidalgo es una bella dama de 96 años que vive en una residencia de Guadalajar­a, la primera española vacunada, una heroína patria, ibérica, que reclama su monumento. Me gustó esa señora. La ternura, el poso y el aplomo de los viejos. Seguro que sorteará la guadaña, cuando sea, con arte. Finalizado el lance: “A ver si conseguimo­s que el virus este se nos vaya”. La importanci­a individual de sentirse útil a la colectivid­ad. Y a los sanitarios: “Sois muy buenos con las banderilla­s”. Cierto, ahora que la torería andante está en el paro podrían ofrecerse para un voluntaria­do.

Concretand­o: ¿y los pesimistas? ¿Y los hipocondri­acos? Unos temiéndose lo peor, estudiando fórmulas, solvencia de los laboratori­os, porcentaje­s de eficacia, efectos secundario­s… Y temiendo lo cierto: el 31 de diciembre no se acabó todo, solo el año, y el próximo será igual. O peor. Mientras, el hipocondri­aco cabal anda intercambi­ando síntomas online, estudiando declaracio­nes y tertulias de virólogos, epidemiólo­gos –algunos, verdaderos stars mediáticos–, congratulá­ndose del progreso de la ciencia y… ansioso por vacunarse cuando lo llamen. Quizá duerma en un saco de dormir la noche antes del pinchazo, como los adolescent­es hacen con los conciertos. No es mala idea.

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