La Vanguardia

Cómplices en el asalto

- María-paz López

El uso tóxico de símbolos religiosos es tan antiguo como la humanidad, y el pasado miércoles en Washington, la turba trumpista que asaltó el Capitolio cuando en su interior se procedía a ratificar la victoria electoral del demócrata Joe Biden, abonó esa nefasta costumbre. En las imágenes de la estampida de los sediciosos, entre el batiburril­lo de banderas y carteles de apoyo a Trump o de índole ultranacio­nalista, afloraban pancartas con la frase Jesus saves (Jesús salva) o Jesus 2020, cruces de madera, o la bandera cristiana (cruz roja sobre fondo azul), creada en 1897 en Nueva York y utilizada por algunas confesione­s protestant­es. Se oyó incluso el sonido del shofar, instrument­o litúrgico judío de viento –hecho con un cuerno, casi siempre de carnero– del que los evangélico­s blancos de EE.UU. se están apropiando.

Analistas de política y religión en Estados Unidos evocaron de inmediato un concepto acuñado hace ya tiempo, pero que la presidenci­a populista del republican­o Donald Trump ha atizado para su provecho político: el llamado nacionalis­mo cristiano, una peligrosa deriva para la democracia de Estados Unidos, y también para el cristianis­mo.

Investigad­ores del país como Andrew Whitehead, Samuel Perry, Michelle Goldberg y Robert P. Jones han abordado este concepto en sus libros, pero a efectos de definición breve utilizaré unas frases muy descriptiv­as de Christians Against Christian Nationalis­m-cacn (Cristianos Contra el Nacionalis­mo Cristiano), un colectivo de unos 17.000 cristianos estadounid­enses de distintas confesione­s, entre ellos también católicos. “El nacionalis­mo cristiano busca fusionar las identidade­s cristiana y estadounid­ense, distorsion­ando tanto la fe cristiana como la democracia constituci­onal estadounid­ense –señalan los firmantes del CACN–. El nacionalis­mo cristiano exige que el cristianis­mo sea privilegia­do por el Estado, e implica que para ser un buen estadounid­ense, hay que ser cristiano”. El CACN recalca cómo este marco mental “a menudo se superpone, y proporcion­a cobertura, al supremacis­mo blanco y a la subyugació­n racial”.

Entre los adeptos del nacionalis­mo cristiano hay también algunos que no son blancos, pero investigac­iones académicas basadas en encuestas amplias indican que quienes lo apoyan suelen asimismo: respaldar el autoritari­smo; aprobar la violencia policial contra los negros, y tener posturas racistas; desconfiar de las minorías religiosas (musulmanes, judíos...) y de los ateos; rechazar a inmigrante­s y refugiados; y considerar que los hombres son más aptos para el liderazgo y las mujeres más para cuidar de los niños y del hogar.

En efecto, el mero hecho de que, en el golpe al Capitolio, la inocente cruz y el nombre de Jesús fueran enarbolado­s codo con codo junto a símbolos terribles confirma la amalgama de esta deriva perversa. Allí había banderas confederad­as –con su resonancia esclavista–, e incluso un nudo corredizo en una especie de cadalso, como

En el golpe sedicioso al Capitolio se vieron signos de ‘nacionalis­mo cristiano’, una deriva muy peligrosa para la democracia de EE.UU. y para el cristianis­mo

una reminiscen­cia del Ku Klux Klan y de los linchamien­tos de negros. En este caso, las iras iban contra un blanco, el vicepresid­ente Mike Pence, al que juzgan traidor por acatar su obligación legal de certificar el triunfo de Biden. Reporteros presentes oyeron a los agresores hablando de ejecutar a Pence. El nefasto legado de Trump es también este: haber espoleado el nacionalis­mo cristiano como fanatismo antidemocr­ático.

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Washington junto al Capitolio, poco antes de que se produjera el asalto
TASOS KATOPODIS / GETTY Símbolos. Seguidores de Trump con una pancarta alusiva a Jesús, el día 6 en Washington junto al Capitolio, poco antes de que se produjera el asalto
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