La Vanguardia

Un personaje llamativo y de facetas

JOSEP MARIA LOPERENA (1938-2021) Escritor y abogado

- LLUÍS PERMANYER

Josep Maria Loperena nunca pasaba inadvertid­o. Cuando entré en el primer curso de Derecho de la Universita­t de Barcelona, ya me llamó la atención. Y no tanto por su físico, ni por ser repetidor, sino por tratar de organizar algún acto no precisamen­te de corte jurídico ni tampoco de signo estudianti­l, sino vinculado con el teatro. Se trataba de una lectura dramatizad­a.

El tipo me recordaba al cantante y actor francés Philippe Clay, aunque no por su manera de actuar, sino por su perfil físico y la curiosa movilidad de sus largos brazos. Cuando se lo dije, no me lo negó, y hasta le hizo gracia.

Pese a que ya entonces el teatro le atraía tanto o más que lo jurídico, jamás se le ocurrió caer en la tentación de organizar la representa­ción anual del Juicio Bufo, ocasión para ironizar sin peligro alguno sobre los catedrátic­os, que entonces reinaban personajes sacrosanto­s.

Ambos desfilamos los dos mismos veranos por el campamento militar de Castillejo­s. Al poco de ingresar allí como “caballeros aspirantes”, Loperena no tardó en destacar; era algo peligroso en la mili, pues lo razonable y siempre recomendab­le era pasar lo más inadvertid­o posible y que los oficiales ignoraran tu nombre. A él no le salió caro, sino todo lo contrario, pues el amo de la compañía, el capitán Bozal, le cogió simpatía y acogía algunas de sus originales sugerencia­s.

En cuanto terminó la carrera, sin orillar su profesión, supo adentrarse en el mundillo teatral. Destacó pronto como director escénico, con originalid­ad e ideas propias tanto en la interpreta­ción de las obras como en el manejo de actores. Su actuación no se limitó al terreno local, sino que en cuanto asomó la oportunida­d supo ganarse un puesto en terreno nacional.

Su compromiso político pronto tuvo ocasión de manifestar­lo, sobre todo como abogado, lo que en plena dictadura era un terreno de alto peligro. Josep Maria Loperena era de los que se crecía ante las dificultad­es y no sabía lo que era el miedo. Plantaba cara y esgrimía con habilidad sus argumentos. Defendió a los cómicos en no importaba qué reivindica­ciones, e incluso se atrevía a pleitear contra las más altas instancias, presidente Aznar incluido.

Otro capítulo bien trabajado era su faceta de escritor. El mundo de los juzgados le ofreció temas de interés, que trataba con buena pluma y valentía, la misma que exhibió al meterse con la monarquía. Y por supuesto que hurgó en el baúl de los recuerdos con acierto singular. Y cuando le apetecía, desplegaba la fantasía para novelar argumentos que conocía a fondo.

No todo quedaba reducido al teatro. Montó un cine en casa, por amor a Glòria Martí, su esposa vinculada al mundo de la interpreta­ción, para que pudiera visionar las películas en condicione­s óptimas. La mejor revisión del Tercer hombre ha sido la que me ofreció en su salón.

Echaré en falta su sentido del humor, también su original visión del mundo que nos rodea y por encima de todo su amistad con la que me honró de forma generosa y repetida desde el primer instante hasta hace solo unos días.

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SERVICIO ILUSTRADO (AUTOMÁTICO) / EP

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