La Vanguardia

¿Qué cuadro erótico de Felipe II robó José Bonaparte?

- SÍLVIA COLOMÉ

Salió por piernas. Aunque bien cargado. José Bonaparte, conocido como Pepe Botella, no solo se le suponía amante del beber (aunque en realidad no fuese cierto), sino también del arte más exquisito. Cuando tuvo que abandonar España rápido y corriendo encontró el tiempo suficiente como para preparar un abultado equipaje en el que no faltaron algunos cuadros escogidos con gusto de las coleccione­s reales. De hecho no fueron unos cuantos, sino unos doscientos, más algunas joyas. Ordenó que les quitaran los marcos para facilitar su transporte y, enrollados, fueron testigos directos de la batalla que napoleónic­os y aliados libraron en Vitoria.

Las tropas comandadas por el duque de Wellington (futuro héroe de Waterloo y que por aquel entonces todavía era conocido como Arthur Wellesley) arrollaron a los franceses y el militar británico requisó el equipaje del hermano de Napoleón, que siguió huyendo hasta acabar en Estados Unidos. Consigo logró llevarse más joyas de la corona española que le sirvieron para construirs­e una mansión en Nueva Jersey. Pero los cuadros se quedaron en los carruajes.

Wellington, cuando supo el alcance del botín no dudó en devolverlo al nuevo rey de España, Fernando VII. El monarca rechazó la entrega en más de una ocasión y el Duque de Hierro casi no tuvo más remedio que quedárselo. Es lo que en Inglaterra se conoce irónicamen­te como el Spanish gift (el regalo español). Desde aquel momento, el militar británico pasó a poseer una impresiona­nte colección de arte, con cuadros que, sin duda, habrían formado parte del Museo del Prado (que el monarca inaugurarí­a pocos años después). Entre las pinturas que se quedó Wellington figuran El aguador de Sevilla de Velázquez, La última cena de Juan de Flandes, La oración en el huerto de Correggio o la obra que nos ocupa. Esta última fue un encargo muy especial de Felipe II a Tiziano.

Casi nunca se ha expuesto al público en el museo de Apsley House (residencia de los Wellington) junto a las otras pinturas. Permaneció en el ámbito privado, quizás por su contenido erótico… De hecho, Felipe II mandó colgarla en una sala del Real Alcázar de Madrid conocida como las Bóvedas de Tiziano. No estaba sola, sino con el resto de la colección que encargó al pintor italiano, basada en las Metamorfos­is de Ovidio. Son en total seis pinturas de alto voltaje sensual conocidas como Poesías. La que se llevó Bonaparte fue Dánae, que muestra el momento en que Zeus, en forma de lluvia dorada, desciende hacia el cuerpo desnudo de la joven. En Madrid quedó una réplica posterior, aún más erótica, del propio maestro renacentis­ta que Velázquez adquirió en Italia. El autor de las Meninas hizo el cambiazo y hasta hace pocos años, el propio Museo del Prado creía que en sus paredes colgaba la versión comisionad­a por el Austria. Pero no, ésa permanece en Londres, iluminando los fríos días de niebla.

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