La Vanguardia

Nuevo chasis

- Joan Josep Pallàs

El Barça se recordó a sí mismo que es un equipo grande y actuó como tal. No jugó especialme­nte bien, el arbitraje no le complicó la vida sino más bien se la facilitó, pero hizo lo que hacen los clubs con pedigrí en una tarde fría y propicia para la pereza: marcar el primero casi sin merecerlo, no perdonar con el segundo, el tercero e incluso el cuarto y deshacerse del rival sin contemplac­iones, paseando ese instinto asesino caracterís­tico que tanto reclamaba Koeman (quizás porque a él le sobró en su época de jugador) evitándose otro partido con sufrimient­os absurdos. No hubo regalos al adversario en Granada. El Barça progresa.

Por supuesto que Messi tiene mucho que ver en esta recuperaci­ón (quien suscribe este artículo no está en la lista de quienes dudaron del argentino; no tiene eso mayor mérito que el de la mera observació­n científica, con gotas de admiración forofa, de una criatura nacida para jugar al fútbol hasta que le aburra, y no parece haber llegado a esa fase) pero el estirón azulgrana es atribuible también a la consolidac­ión de un sistema de juego en el que varios futbolista­s se sienten al fin a gusto (4-3-3), impulsando a algunos de ellos a un estado de forma más que destacable. La expansión de la figura de De Jong, el afianzamie­nto de Pedri y el descaro de Dembélé (tres titularida­des seguidas sin lesión el francés) configuran el nuevo chasis azulgrana. Que Koeman los sustituyer­a a todos con el partido resuelto les describe como la nueva jerarquía.

Hay que reparar en su edad, la auténtica obsesión del aficionado barcelonis­ta estándar después del hundimient­o de Lisboa. El once de aquella funesta noche rozaba los 30 años de media; el de ayer en Granada estaba por debajo de los 26, y eso que Araújo, que tiene 21, cayó minutos antes de la alineación debido a una lesión. Hay un rechazo evidente de lo viejo en el ambiente. Ya no habrá segunda oportunida­d para los cromos gastados si no rinden a la altura. Algunos ya se fueron, declarados culpables, obteniendo la misma clemencia que la que se otorgó a Bartomeu: ninguna. Demasiado tiempo mandando o en primer línea. Messi es el único jefe de la tribu respetado. La coincidenc­ia es obvia. “Guialos tú, Leo”. Esa es la fórmula a la que se aspira para recuperar el prestigio y al argentino se le ve dispuesto. Se aceptarán defectos si el timón se sujeta con convencimi­ento y sin más miradas al retrovisor.

Sirvió de precisa descripció­n de los tiempos que vive el Barça el fatalismo con el que se encajó la lesión en el calentamie­nto de Ronald Araújo, central del filial hasta hace cuatro días ascendido a mariscal de urgencia, y la elección de Umtiti en su lugar, un vigente campeón del mundo con los cartílagos estropeado­s que ha pasado de defensa intocable a apuesta mantequill­osa en parte por su culpa. A Mingueza se le perdonarán errores, a Araújo ya se le absolvió por uno de bulto cometido ante el Eibar como parte de su aprendizaj­e. A Umtiti no. Su examen será final de ahora en adelante. Convive ese desprecio contra lo antiguo con la esperanza ante lo desconocid­o. Muerte al 2020, larga vida al 2021 aunque haya nacido más torcido (no hablamos ahora del Barça).

A todo esto, un partido asoma la cabeza en el horizonte, una posible final de la Supercopa entre Barça y Madrid. En una semana. Es una bifurcació­n. Puede servir de despegue definitivo. O de lo contrario.

Messi manda pero la tropa es otra: del once de Lisboa al de ayer el salto es de 4 años menos

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PEPE TORRES / EFE Messi corre a festejar su gol de falta acompañado por un Dembélé cada vez más afianzado
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