La Vanguardia

De Jong emerge de las sombras

- Santiago Segurola

El Barça trasladó al resultado un solvente ejercicio, lo más parecido a la autoridad perdida en los últimos meses. Los goles son la mejor medicina para mejorar el ánimo del equipo, y en Granada marcó cuatro. Tan importante como la rotundidad de la victoria fue el otro lado del casillero: no permitió ni goles, ni ocasiones de un rival que suele medir bien la temperatur­a de sus adversario­s.

En un partido que dejó muchas noticias –Messi marcó dos goles y se coloca líder entre los artilleros del campeonato, Griezmann completó con un doblete y De Jong remitió al jugador que entusiasma­ba en el Ajax–, ninguna fue más notable que la eficacia general del Barça, por fin suelto, dominante y certero.

Siete goles en dos encuentros comprometi­dos –el de San Mamés lo es por naturaleza y en Granada se exige combate– explican la mejoría del Barça, enfermo y decaído hasta hace poco. Empiezan a sucederse las victorias, con un efecto beneficios­o para jugadores que estaban bajo sospecha. Hasta Messi figuraba entre los cuestionad­os, dato que explica la gravedad, o el despiste cuando menos, de los problemas, esponjados en toda la estructura del club: deportiva, social y económica.

Dos victorias sucesivas son un grano de arena en la temporada, pero merecen observarse en las circunstan­cias que se han producido. El Barça está tan lejos del líder que está obligado a ganar, tanto para perseguir lo que ahora suena a utopía –el título de campeón– como para alcanzar uno de los cuatro puestos en la Liga de Campeones.

Cambien los éxitos en Bilbao y Granada por dos simples empates y el Barça estaría con la rodilla en la lona. Tenía que vencer, y venció. No había ocurrido hasta ahora.

Nada le conviene más a un equipo que el efecto acumulativ­o de goles y victorias. Actúa como las vitaminas A, B, C y D. Para Messi ha significad­o un ajuste del punto de mira. Comienza a marcar de dos en dos, a la vieja manera, con remates implacable­s (primer gol) y astutos (segundo). Cerró por fin la infructuos­a cadena de tiros libres –68 lanzamient­os sin marcar, según los estadístic­os– con un remate que el interior del palo escupió hacia adentro. Siempre ha sido el sello de Messi: astillar levemente el palo y embocar la pelota.

Cuatro goles en dos partidos devuelven a escena al Messi habitual, aunque el momento no lo parezca. Estamos en enero, Messi negocia su futuro y es mejor verle satisfecho, sonriente, disfrutand­o del fútbol, abrazándos­e a sus compañeros. Lo pasó de maravilla en San Mamés y también en Granada. El contagio es evidente. Jugadores decaídos, sin energía y con escasa ambición, parece que emergen. Es pronto para establecer juicios, pero jugadores como De Jong y Griezmann transmiten otras vibracione­s.

De Jong, tantas veces insípido, ha retomado en los dos últimos partidos la vitalidad que le caracteriz­aba y le convirtió en uno de los prospectos más perseguido­s del fútbol europeo. En Granada jugó un excelente encuentro. Vertical en las conduccion­es, selectivo en las decisiones, jugando a uno o dos toques, De Jong funcionó con jerarquía, dinamismo y precisión. Se encuentra infinitame­nte más cómodo en una versión del Barça que le permite correr y romper líneas.

El Barça necesitaba la incorporac­ión de los jugadores a la positiva dinámica que Messi y Pedri establecie­ron en Bilbao, donde la debilidad del sistema defensivo fue muy visible. Umtiti, una nota a pie de página desde la Copa del Mundo del 2018, ocupó el puesto de Araújo, lesionado minutos antes de arrancar el partido. A su lado, el joven Mingueza. Lejos de complicar la vida al Barça, los dos centrales funcionaro­n como un reloj. En un momento de gran exigencia, Mingueza y Umtiti fueron sintomátic­os: expresaron sin errores la novedosa solvencia del Barça.

Tantas veces insípido, el holandés ha retomado en dos partidos la vitalidad que le caracteriz­aba

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GONZALO ARROYO MORENO / GETTY En acción. Frenkie de Jong trata de avanzar en el Nuevo Los Cármenes, con el balón controlado, para superar la presión de Yan Eteki; el holandés se mostró vertical y selectivo en las decisiones
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