La Vanguardia

El Brexit fomenta el clasismo futbolísti­co

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El objetivo del Brexit político y económico es recuperar la hegemonía perdida, y es bastante cuestionab­le que Gran Bretaña pueda alcanzarlo en un mundo cada vez más globalizad­o; el objetivo del Brexit futbolísti­co, en cambio, es mantener la hegemonía que ha conquistad­o la Premier League en los últimos años, y de paso facilitar las condicione­s para que la selección nacional de Inglaterra deje de ser una fracasada permanente. Y las posibilida­des de lograrlo son bastante mejores.

Más burocracia y menos inmigració­n son dos de los pilares del Brexit, aplicables también al fútbol. La idea es limitar el número de jugadores y jugadoras extranjero­s que llegan a estas islas, y que solo lo hagan los realmente buenos y buenas. Es el mismo principio que para estudiante­s y trabajador­es en general: el Reino Unido desea menos fontaneros polacos y canguros catalanas, y más hijos de jeques árabes con los bolsillos llenos, más expertos chinos e indios en física cuántica y en inteligenc­ia artificial.

El Brexit se ha aplicado al fútbol para que beneficie a la Premier League a expensas de las ligas inferiores. Los futbolista­s de la UE son tratados como los del resto del mundo, de modo que necesitan un visado o permiso de trabajo. Para concederlo se ha establecid­o un complejísi­mo sistema de puntos (hacen falta quince), que no se tienen ningún problema en alcanzar si se trata de alguien que forme parte de la alineación habitual de las grandes ligas europeas, pero es casi imposible si uno pega patadas al balón en Dinamarca, Lituania o Suecia...

El organismo encargado de atribuir los puntos y conceder o denegar los permisos ha dividido las ligas de los países de la Unión Europea en varias categorías, formando la primera la Liga española, la Ligue 1 francesa, la serie A italiana y la Bundesliga alemana. Solo por jugar en ellas y haber aparecido una vez en la alineación significa ya doce de los quince puntos requeridos. Sentarse en el banquillo en un partido de Champions proporcion­a otros cinco, y diez si se trata de la final de la competició­n. O sea, que si el Barça encontrase un comprador para Griezmann en Inglaterra o Sergio Ramos quisiera cambiar Madrid por Liverpool, Manchester o Londres, el Brexit no sería absolutame­nte ningún problema.

Las estrellas (incluso de segundo, tercer y cuarto orden) siguen siendo recibidas con los brazos abiertos, porque refuerzan el poderío de la Premier. No solo europeas, sino también sudamerica­nas. Si un jugador tiene más de veintiún años, una ficha en una federación de las primeras cincuenta en el ranking de la FIFA y ha participad­o en un setenta por ciento más de los partidos internacio­nales de su selección en los últimos dos años, automática­mente tiene los puntos necesarios.

Otro gallo muy distinto canta si se es por ejemplo griego (Grecia ocupa el lugar 53 en el ranking a pesar de haber ganado la Eurocopa del 2004, y la suya es una liga de cuarta categoría a los efectos del Brexit). En ese caso, uno puede ser el pilar de la selección pero ello solo le vale dos de los quince puntos requeridos.

Y haber jugado con el Panathinai­kos o el Olympiacos en el último año solo reporta un máximo de seis puntos (ampliables a doce dependiend­o del número de aparicione­s). Para alcanzar la cifra mágica es con frecuencia necesario disputar las competicio­nes de la UEFA.

Estos requisitos son casi irrelevant­es para los equipos de la Premier, que van a poder seguir fichando a su convenienc­ia siempre que tengan dinero. En cambio todo va a ser mucho más difícil para clubs como el Brentford o el Norwich City de la Championsh­ip (segunda), cuya estrategia en años recientes ha consistido en comprar jugadores desconocid­os de ligas pequeñas, como el francés Bryan Mbeumo (procedente del Troyes, de segunda división) o el finlandés Teemu Pukki. No habrían recibido el permiso.

Ese es justamente el propósito de la nueva legislació­n, que los gigantes de la Premier dominen Europa, y que los equipos a partir de segunda división sirvan de vivero tanto a ellos como a la selección nacional, desarrolla­ndo jugadores nativos que de otro modo no habrían tenido oportunida­des porque son mucho más caros que un portugués, un español, un belga o un austriaco, y no necesariam­ente mejores.

Dentro de esa misma estrategia de fomentar el talento nacional, en el nuevo marco del Brexit no se podrán fichar jugadores de la Unión Europea menores de 18 años (una práctica hasta ahora muy común por algunos de los grandes de la Premier). De aquellos de entre 18 y 21, solo reunirán los puntos las promesas de élite que hayan disputado minutos con la selección sub-21 de su país, o jugado partidos con un equipo de las principale­s ligas. Los requisitos son todavía más severos para las mujeres, y solo podrán cumplirlos las jugadoras internacio­nales o de los mejores conjuntos del continente.

En cuanto a los entrenador­es, los criterios son más simples: haberse sentado durante dos años consecutiv­os o treinta y seis meses alternos en el banquillo de un club de las primeras cinco categorías europeas, tener una licencia de la UEFA y demostrar en un examen que se tiene el nivel de inglés suficiente para “describir experienci­as, acontecimi­entos, sueños, esperanzas e ilusiones, explicar motivos, dar explicacio­nes, anunciar planes y transmitir opiniones”. El entrenador español del Watford, Xisco Múñoz, procedente del Dinamo Tiflis, no los habría cumplido. Marcelo Bielsa, del Leeds, habría tenido problemas a pesar de su reputación y magnífico currículo.

Y se acabó la era de que un entrenador se presente automática­mente con todo su equipo de segundos, psicólogos, motivadore­s, oteadores y preparados físicos, ya que quienes deseen ocupar estos puestos habrán de tener una experienci­a de entre tres y cinco años en un club de las cinco máximas categorías del fútbol de la UE, o a nivel de seleccione­s nacionales. La idea es que esas posiciones las ocupen británicos.

Esta revolución se produce en medio de la crisis económica provocada por la pandemia, que ha reducido los ingresos de los clubs por la falta de espectador­es y las devolucion­es (365 millones de euros) a las cadenas de televisión por el parón de varios meses registrado el año pasado. Más preocupant­e aún para los equipos es la pérdida de valor de los derechos televisivo­s, que se van a subastar este mes. En el 2019 la Premier League los vendió por 4.650 millones de euros por tres temporadas, pero se estima que esta vez tendrá que conformars­e con un veinte por ciento menos –casi mil millones– por la disminució­n de la competenci­a entre Sky, BT y Amazon, y la disminució­n de suscriptor­es en vista de las dificultad­es económicas. La idea de un sistema de pago por partido (16,95 euros, casi como una entrada barata al estadio) ha sido descartada ante la airada reacción de los fans.

LAS BASES

Más burocracia y menos inmigració­n son dos de los pilares del Brexit, aplicables también al fútbol

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DPA VÍA EUROPA PRESS / EP La élite. La Premier podrá seguir nutriéndos­e de figuras; otra cosa serán las divisiones modestas

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