La Vanguardia

China y el desgaste del imperio americano

Donald Trump ha sumido a EE.UU. en una grave crisis, pero aún es pronto para decretar el relevo de estos como la superpoten­cia hegemónica

- Manel Pérez

Se puede intuir un amago de vindicació­n contenida en las declaracio­nes de los líderes occidental­es mostrando su solidarida­d con la acosada democracia estadounid­ense tras los dramáticos sucesos en el Capitolio de Washington y el amenazador comportami­ento del presidente Donald Trump.

Dosis homeopátic­as de desquite tras décadas de suficienci­a diplomátic­a, cargada de lecciones, sermones e imposicion­es, especialme­nte exacerbada durante el último cuatrienio.

La erosión de capital político y hegemonía ideológica que ha exacerbado el mandato de Trump y su accidentad­o final alimentará­n la ya abundante literatura periodísti­ca que viene anticipand­o el sorpasso de EE.UU. por la China de Xi

Jinping como líder mundial.

Esa prospectiv­a lógica se sustenta especialme­nte en el enorme y sostenido crecimient­o de la economía china, que permite fijar en una fecha no muy lejana el momento en el que esta conquistar­á el cetro como primera del planeta. En consecuenc­ia, se deduce, después llegará el relevo en el liderazgo político y militar.

Es difícil saber cuándo se producirá ese destronami­ento, incluso si llegará a ser así. Las apuestas están ahora altas a favor de un acelerado proceso de superación, atendiendo a la sostenida fuerza china y su enorme peso demográfic­o, en torno a los 1.500 millones de habitantes.

Sin embargo, el propio ascenso de EE.UU. a su actual condición de superpoten­cia mundial sin parangón se produjo tras un largo proceso en el que llegar al liderazgo económico fue apenas el punto de partida. Su economía se convirtió en la primera del mundo en torno a 1870 –tras una guerra civil, la erradicaci­ón de la economía esclavista y un acendrado proteccion­ismo– y tuvieron que pasar más de setenta años para que relevara a Gran Bretaña como potencia mundial dominante, bien avanzada la Segunda Guerra Mundial.

Después de superar en tamaño a su exmetrópol­i, debió esperar a ser más rica, hito que se produjo durante la primera década del siglo XX, cuando la rebasó en producción per cápita. Aun así, las cosas siguieron bastante igual durante bastante tiempo, con la armada real británica dominando los océanos y regulando el mundo.

Y no fue EE.UU. quien desafió ese dominio del imperio colonial británico. El ataque provino de la propia Europa, por dos veces, del segundo y el tercer Reich alemán, el káiser Guillermo II y el canciller Adolf Hitler. Fue Alemania quien aceleró el declive del poderío de Londres, que ya salió de la Primera Guerra Mundial seriamente dañada. De banquera global a deudora del amigo americano.

Esa Primera Guerra Mundial concluyó con un tratado de paz que recogía más los intereses de los aliados europeos y la vieja política de reparto de las colonias que los de EE.UU. Estos últimos no tenían aún la capacidad de imponer sus condicione­s al resto.

En cualquier caso, los estadounid­enses no tuvieron necesidad de enfrentars­e a la potencia que ejercía como hegemónica, en una dura disputa de desgaste. Otros fueron los que optaron por esa vía y les costó muy caro.

Hasta entonces en Washington, Franklin D. Roosevelt y su equipo se limitaban a ejercer como potencia imperialis­ta circunscri­ta a América. No empezaron a replantear­se su papel, la ambición mundial, hasta que en mayo de 1940 Hitler entró en París y, en diciembre de 1941, los japoneses bombardear­on parte de su flota en la isla de Pearl Harbour (Tomorrow, the world, the birth of US global supremacy , de Stephen Wertheim).

Las circunstan­cias, además, facilitaro­n al aspirante que las condicione­s de su futura hegemonía madurasen con facilidad. Su asociación natural, cultural y lingüístic­a, con su antigua metrópoli y sus aliados durante las dos guerras, generaron de forma directa un consenso en favor de la nueva hegemonía norteameri­cana.

Washington entró en guerra contra Alemania y Japón, asociada al Reino Unido, Francia y el conjunto del mundo anglosajón, y se pudo permitir empezar a pensar en cambiar de enemigos en plena contienda. Primero, puso la lupa sobre la Unión Soviética y después empezó a diseñar un protectora­do para Alemania y Japón, países estos que acabarían siendo sus aliados en la inmediata posguerra.

El consenso mundial, la red de alianzas que EE.UU tejió a lo largo de la Segunda Guerra, han formado parte desde entonces de su activo como potencia sin rival a su nivel, tanto individual­mente como a través de una posible coalición de posibles competidor­es. Su supremacía se asentó en varias fases, como mayor economía nacional, primero; banquero del mundo, después; fabricante a una escala desconocid­a hasta entonces, durante las dos grandes guerras; superpoten­cia militar, finalmente. Y, sobre todo ello, un complejo entramado institucio­nal global, el llamado orden económico y político internacio­nal.

El turbocapit­alismo vigente invita a pensar que ahora la velocidad de los hechos económicos y políticos será mucho mayor que la que ha regido en los dos siglos anteriores. Todo el mundo piensa ya a gran escala. La velocidad de la luz frente a la del sonido.

Cuando lanzaban las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, los norteameri­canos pensaban que los rusos tardarían décadas en construir las suyas. El lapso fue de solo cuatro años.

Pero por rápido que avance la historia, no se vislumbra aún otro centro de poder con una capacidad semejante capaz de rivalizar con el realmente existente con el consenso que requieren esas situacione­s. Y, en el ámbito económico, precisamen­te, la fortaleza de EE.UU. sigue siendo un sello de identidad de la época, pese a los notables avances chinos.

Tal vez, el fin de La centuria americana, no estaría tan cerca, lo que resaltaría aún más la importanci­a y el dramatismo de lo sucedido estos últimos años en los EE.UU. de Trump. Las convulsion­es en el centro del imperio pueden estar anunciado sacudidas peligrosas y dilatadas en el resto del mundo.

Desde que EE.UU. fue la primera economía, hasta que dominó el mundo, pasaron más de setenta años

El fin de ‘la centuria americana’ no está cerca; la crisis en el país será dramática para el resto del mundo

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KEVIN LAMARQUE / REUTERS Los presidente­s de EE.UU. y China en una reunión celebrada en junio del 2019
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