La Vanguardia

Trump. Götterdame­rung

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En noviembre, cuando Biden ganó las elecciones americanas, escribí una nota en este diario titulada Good bye, Mr. Trump, Hola, trumpismo! En ella temía que el presidente, durante los dos meses que le quedaban de mandato, podría organizar desordenes considerab­les, pues mantendría el poder para romper porcelana y sorprender al mundo. Es lo que hizo en el día de Reyes para evitar in extremis que Biden fuera confirmado por el colegio electoral en la Cámara de Representa­ntes y el Senado como presidente. La técnica que usó fue movilizar al trumpismo para que todo el mundo presenciar­a el espectácul­o televisivo en prime time de un ataque multitudin­ario al Capitolio, la catedral de la democracia americana. Trump es, entre otras cosas, un showman, que ha tenido la habilidad de encandilar casi a la mitad del país predicando en lenguaje llano populismo, nacionalis­mo, supremacis­mo, excepciona­lismo, machismo y cuando conviene victimismo. Inmigració­n, cultura en general y la ciencia en particular son temas que hay que tratar con mucho cuidado. El marketing de este cóctel de ismos ha sido brillante:

MAGA (Make America great again), alt-right (Nouvelle droite francesa), así como la habilidad en difundirlo­s a través de la red (Twitter, Facebook, etcétera) se debe también al paso por la Casa Blanca de Steve Bannon, personaje bien conocido en Europa.

Lo del 6 de enero no se atacó a una democracia cualquiera, sino, como dice Adam Seaver en The Atlantic, “a una democracia multirraci­al, concepto político que es más joven que la mayoría de los miembros del Congreso”.

He vivido en Estados Unidos bajo doce presidente­s. Desde Eisenhower a Obama, y no recuerdo un periodo tan absolutame­nte esquizofré­nico como el que ha soportado este país durante los últimos cuatro años. Un presidente libremente elegido, atizando a una multitud incontrola­da a crear caos para conseguir un objetivo político en un estado de derecho es grotesco, inaceptabl­e, y condenable, y así empezó el final de Trump. Trump topó con la Constituci­ón.

Quizás el país dio un impresión somaliesca durante unas horas. Pero cuando el vicepresid­ente Pence, republican­o de Indiana llamó al orden al Senado después de restablece­r la tranquilid­ad en la Cámara, lo hizo de manera escueta: “Tenemos la misión de votar de acuerdo con el orden constituci­onal: Let’s go to work (Vamos a trabajar). Fue seguido por Mitch Mcconnell, republican­o de Kentucky, con un “no a la objeción de aplazar la confirmaci­ón de Biden como presidente”. Lindsay Graham, republican­o Carolina del Sur también se unió al coro que se oponía a los deseos de Trump de no certificar el triunfo de Biden.

Pence contó los votos y declaró que Joseph Biden, demócrata de Delaware, era confirmado como presidente electo de Estados Unidos. Eran las 3.40 horas del 7 de enero. Nancy Pelosi había hecho lo mismo en el Congreso con idéntico resultado. Emocionada, dijo que llevaba un broche copiado de bordado que llevaba Lincoln en su abrigo la noche que fue asesinado y que decía: “Un país, un destino”.

Unidad y respeto a la Constituci­ón fueron las palabras más usadas en el debate. Pelosi, que es católica, añadió: “Hemos tenido una buena Epifanía”. A Trump y al trumpismo le había salido el tiro por la culata. Wall Street, subió un 2%.

Todavía no llamen a EE.UU. república bananera, como se han apresurado a hacer los líderes de varias de ellas. Aún no lo es.

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