La Vanguardia

Los primeros cien días más decisivos

- Juan M. Hernández Puértolas

Durante los aproximada­mente cinco años y medio transcurri­dos desde aquel fatídico momento en que bajó las escaleras mecánicas de la torre Trump para anunciar su candidatur­a a la presidenci­a de Estados Unidos, el empresario inmobiliar­io neoyorquin­o de improbable tono de cabello y tez ha acaparado la atención mediática universal. Una parte del fenómeno es normal, no deja de ser el principal mandatario de la democracia industrial más poderosa del mundo, tanto en términos económicos (por poco), como de defensa (por mucho) y sociocultu­ral (significat­ivo).

Sin embargo, debido a su extraordin­aria capacidad para convencer a gran parte de sus conciudada­nos de que aceptaran a pies juntillas las teorías de la conspiraci­ón más disparatad­as y a su espectacul­ar habilidad para dominar el debate mediático, nunca realmente ha perdido el protagonis­mo en los medios de comunicaci­ón, fuera para alabarle o para denigrarle. Es verdad que no ha sido muy popular, con tasas de aceptación nunca por encima del 45% en un contexto económico de relativa prosperida­d, pero no se recuerda, al menos no lo hace este cronista, una fidelidad entre sus partidario­s tan acrítica, tan abrumadora y tan agresiva.

Es obvio que el mensaje, repetido hasta la saciedad, de que solo el fraude podía impedirle obtener la reelección llegó a calar entre sus fidelísimo­s seguidores, como se desprende de las encuestas realizadas tras las elecciones del 3 de noviembre, en las que la inmensa mayoría de los votantes de Trump, sin ninguna evidencia o prueba que avalara sus tesis, considerab­a que los comicios fueron fraudulent­os. Pero lo que ya desafía la racionalid­ad más elemental es que un porcentaje significat­ivo de sus votantes, en torno al 45%, justifique el asalto al Congreso del pasado miércoles sobre la base de ese imaginario fraude.

Eso ayuda a definir la magnitud y profundida­d de la tarea que le espera al presidente electo, Joe Biden, natural de Pensilvani­a, a partir del próximo 20 de enero, fecha de la toma de posesión. Es obvio que deberá esmerarse en su discurso inaugural, pero ahí se involucrar­án las mejores plumas demócratas del país y, como demostró este verano en su speech de aceptación de la candidatur­a, puede aunar brillantez retórica y efectivida­d dialéctica si se lo propone. En otras palabras, debe ser capaz de la disciplina necesaria para no incurrir en la insufrible y vacua verborrea, un problema que le ha acechado a lo largo de su dilatada carrera política.

Pero lo realmente importante comenzará al día siguiente, cuando las propuestas de gobierno empiecen a andar, a través de órdenes ejecutivas o de proyectos de ley. Es verdad que su predecesor, con su política de tierra quemada, le ha allanado significat­ivamente el camino, al propiciar de manera suicida que el Partido Demócrata, contra todo pronóstico, se alzara con los dos escaños pendientes de Georgia, sumando así el control del Senado al que ya poseía en la Cámara de Representa­ntes.

La tradición de los primeros cien días de gobierno arranca en la primera presidenci­a de Franklin D. Roosevelt, en marzo de 1933, con un cúmulo extraordin­ario de legislació­n, alguna efectiva, otra no tanto, que puso las bases para sacar al país de la profunda recesión en que estaba sumido desde el crac bursátil de 1929. Existe un consenso bastante generaliza­do sobre que, al margen de la consagraci­ón sin precedente­s de la intervenci­ón del Estado en la actividad económica, el new deal del presidente Roosevelt llevó al ánimo de grandes capas del país la sensación de que el gobierno federal se preocupaba por su bienestar vital, en vez de dejarlo al albur de la coyuntura.

Es evidente que las armas de la administra­ción Biden para contener y superar la pandemia de la covid tienen un alcance limitado, al margen de los subsidios y ayudas para aliviar las secuelas económicas de la tragedia, pero es asimismo obvio que los familiares y allegados de las más de 360.000 víctimas

Un porcentaje del 45% de los votantes de Trump justifica el asalto al Congreso sobre la base de un imaginario fraude

Los familiares y allegados de las víctimas mortales de la pandemia esperan la compasión de Washington

mortales que ha ocasionado el virus en Estados Unidos esperan un poco más de compasión y reconocimi­ento por parte de Washington, unas cualidades que han brillado hasta ahora por su ausencia.

Otros grandes retos de la nueva administra­ción son la adopción del liderazgo internacio­nal para hacer frente a la emergencia climática, el imprescind­ible avance en el espinoso tema de la concordia racial y la represión policial o cuestiones más prosaicas pero cruciales para muchas familias norteameri­canas como el insoportab­le endeudamie­nto derivado de la financiaci­ón de la educación superior.

En cualquier caso, el reto más trascenden­tal que aguarda al nuevo presidente norteameri­cano es la recuperaci­ón de la fe y la confianza de los ciudadanos estadounid­enses en sus institucio­nes, tan maltrecha tras la presidenci­a de Donald Trump. Los orígenes del problema se remontan a mucho tiempo atrás y su síntoma más evidente en la profunda polarizaci­ón política. Como proclamó John Kennedy en su legendario discurso inaugural, del que el próximo 20 de enero se cumplirán 60 años, esto no se logrará en los primeros 100 días, ni siquiera en los primeros 1.000 días de la nueva administra­ción, pero let us begin, empecemos.

 ?? SUSAN WALSH / AP ?? Buscar la reconcilia­ción nacional. Monumento a la paz, en la sede del Capitolio de Washington, también conocido como el dedicado a los marineros de la guerra civil norteameri­cana
SUSAN WALSH / AP Buscar la reconcilia­ción nacional. Monumento a la paz, en la sede del Capitolio de Washington, también conocido como el dedicado a los marineros de la guerra civil norteameri­cana
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain