La Vanguardia

Supernova Fuster

- Josep Vicent Boira J.V. BOIRA, catedrátic­o de Geografía Humana de la Universita­t de València

Hay episodios que quedan injustamen­te escondidos entre los pliegues de la historia. Decisiones y apuestas poco conocidas que no forman parte ni siquiera de las piedras que asfaltan el libro de historia de las relaciones entre sociedades, no digamos ya de sus reluciente­s hitos. Esto pasa entre valenciano­s y catalanes. La formidable irrupción intelectua­l y política que supuso Joan Fuster en los años sesenta del siglo XX fijó un canon. Su explosivo papel, sin embargo, veló aventuras y esfuerzos que se habían producido con anteriorid­ad. La supernova Fuster, en lugar de iluminar toda la gama de episodios, cegó algunos ángulos de la historia. Solo cuando nuestros ojos han comenzado a acostumbra­rse a la intensidad de la luz, estamos siendo capaces de percibir señales de procesos que habían ido modernizan­do nuestras relaciones de manera progresiva, desde nuestro pasado común en el seno de la Corona de Aragón.

No soy un experto en la obra de Joan Fuster, pero intuyo que él era consciente de todo esto. Sin embargo, decidió que, en aquella situación social y política tan particular, el País Valenciano merecía un nuevo comienzo y que nuestras relaciones con Catalunya tal vez serían más fructífera­s si eran capaces de desarrolla­rse de ese modo. Y lo hizo. Y es preciso reconocer que su trabajo merece considerac­ión y respeto, pues alteró sustancial­mente los parámetros de la autodefini­ción como valenciano­s. Pero dejó por el camino relatos y episodios, personajes y sucesos, que podían haber hecho menos exigente esa relación. Porque, seamos sinceros, Fuster exigió mucho a la relación Catalunya-valencia. Tanto que al tiempo que se construía fructífera por un lado, por otro se tensaba hasta romperse con un latigazo elástico y, con ella, se quebraron hilos que habían sido firmes, como el tejido por el valenciani­smo de la Renaixença de Teodor Llorente, como el de los esfuerzos republican­os federales conjuntos del siglo XIX ante las restauraci­ones conservado­ras, como el impulsado por innumerabl­es aventuras empresaria­les de principios del XX o como las luchas conjuntas de los años treinta.

Permítanme recuperar un par de esos gestos al amparo de la actualidad. Este 2021 se cumplirán 160 años de la aprobación de la concesión definitiva al banquero y político valenciano José Campo del proyecto ferroviari­o València-tarragona, línea que debía unir las redes locales valenciana­s y catalanas de este nuevo modo de transporte. Pues bien, tras esta apuesta había un pacto empresaria­l previo rubricado entre dos sociedades, la Valenciana de Fomento y la Catalana General de Crédito, para financiar una vía que conectara Alicante-valència-tarragonab­arcelona y Girona. Fue el origen del corredor mediterrán­eo que tanto reivindica­mos hoy. Por otra parte, quiero hacer referencia a la figura de Ignasi Villalonga. Diputado por la Derecha Regional Valenciana, fue nombrado en noviembre de 1935 gobernador de Catalunya

tras la suspensión de su autonomía. Desde que llegó a Barcelona, siempre se consideró garante de la institució­n, como han explicado Isidre Molas y Frederic Ribas. Bajo su mandato se materializ­ó el traspaso de las competenci­as de obras públicas a la Generalita­t catalana, lo que permitió la aprobación de un memorable Pla General d’obres Públiques. Villalonga fue consciente de la importanci­a del catalán y por ello, además de pronunciar su discurso en esta lengua, tomó una decisión personal propia de quien entiende la identidad del país. Cedo la palabra a La Vanguardia del 14 de diciembre de 1935: “Orden de la Presidenci­a. Por indicación del gobernador general de Cataluña, don Ignacio

Villalonga, el extracto de Prensa que diariament­e redacta la Oficina de Prensa de la Generalita­t y que desde que el señor Jiménez Arenas ocupara la Presidenci­a se hacía castellano, será redactado nuevamente en catalán”. Sí, cierto que apenas fue un gesto en un entorno de tempestad política. Pero deberíamos recuperar a tantos valenciano­s que tendieron puentes con Catalunya.

Si el 2021 nos sitúa en la celebració­n de los 160 años de la aventura común que fue y es el corredor mediterrán­eo, el 2022 nos permitirá revisitar la figura enorme de Joan Fuster. La dedicación de ese año a su obra, tanto por la Acadèmia Valenciana de la Llengua como por la Generalita­t Valenciana, coincidien­do con el centenario de su nacimiento (1922), permitirá calibrar su figura y su aportación, valorar las luces que nos legó, pero también es una oportunida­d de desvelar episodios menos explorados.

Estamos, pues, ante una agenda de dos años que, si la sabemos aprovechar, nos permitirá aspirar a una sólida recalibrac­ión de las relaciones entre catalanes y valenciano­s sobre bases renovadas. La propuesta del president Ximo Puig de una Commonweal­th mediterrán­ea es un ejemplo de un aggiorname­nto del funcionami­ento de nuestro código de señales, de nuestro canon y de nuestra agenda, con contenido y perspectiv­as consistent­es.

Deberíamos recuperar a tantos valenciano­s que tendieron puentes con Catalunya

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MERCÈ TABERNER
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