La Vanguardia

Los fondos europeos y los ninis

- Josep Miró i Ardèvol

Es una oportunida­d histórica, una versión mejorada del Plan Marshall al que nunca tuvimos acceso. Son los ya famosos fondos del Plan de Recuperaci­ón de la Unión Europea Next Generation. Nada menos que 72.000 millones de euros a fondo perdido, además de una cifra semejante en crédito. Junto con las vacunas, constituye­n dos grandes motivos para la esperanza.

Pero en este mundo nunca hay nada totalmente asegurado, y sobre ambas expectativ­as existen notables riesgos. En el caso de los fondos, se enfrentan a cinco amenazas:

1) La probada incapacida­d de la Administra­ción española para gastar cada año los fondos europeos ordinarios. Para el periodo 2014-2020 solo aplicó el 34% del dinero que disponía. La Administra­ción española es la peor de la UE en este capítulo.

2) El Gobierno consigue gastarlo, pero lo hace mal al forzar su deficiente máquina administra­tiva. Basta recordar como advertenci­a el desastre del plan Ñ de Zapatero.

3) Los proyectos se realizan y están bien enfocados, pero dan lugar a un gasto público recurrente en los años futuros, inasumible para unos presupuest­os del Estado muy constreñid­os por el déficit y la deuda pública.

4) Un clásico, por desgracia: mucho dinero y mucha prisa facilitan la corrupción a gran escala. El desprestig­io podría hundirnos.

5) Los proyectos considerad­os uno a uno parecen razonables, pero como conjunto aumentan los desequilib­rios previos, que no son pocos: la desigualda­d de ingresos; entre grandes empresas y pymes; territoria­l. La elevada desocupaci­ón. La falta de oportunida­des para los jóvenes.

Es vital asegurar que tales males no se produzcan diseñando proyectos que superen aquellos riesgos. Sería el caso de un programa a gran escala dirigido a abordar con eficiencia y eficacia un problema estructura­l que azota desde hace décadas a nuestro capital humano, la productivi­dad y el gasto público, a la vez que siembra de infelicida­d y pobreza la vida de muchas personas. Se trata de los jóvenes que ni estudian, ni trabajan, ni buscan activament­e empleo, también conocidos como ninis, y que representa­n a finales del 2020 el 20% de la población de entre 15 y 29 años. Somos campeones en este ranking, que afecta a 1,4 millones de jóvenes.

Naturalmen­te adultos que han sufrido esta situación hay más, porque si bien cuando llegan a los 30 años desaparece­n de las estadístic­as, siguen existiendo y alimentan los colectivos de parados de larga duración, de precarios, del trabajo en negro, condenados por obligación a una vida a caballo entre la ayuda social y el apaño. Y cuando lleguen a la jubilación engrosarán la lista de los pobres, si es que ya no estaban en ella, porque sus pensiones serán insuficien­tes para vivir.

Superar esta calamidad social debería haber sido una tarea prioritari­a de los gobiernos, y un clamor sindical. No ha sido así. Las políticas públicas han resultado débiles y poco eficaces, incluso cuando han existido fondos europeos para actuar, como sucede con el Programa de Garantía Juvenil.

Pero las cosas pueden ser de otra manera. Poseo la experienci­a directa de un programa de éxito de la Fundación para el Desarrollo Humano y Social, que logra una tasa de recuperaci­ón del 39%. Aplica una metodologí­a diseñada en el 2013 por el Instituto del Capital Social de la Universida­d Abat Oliba, que dirigí durante una década. La razón de sus buenos resultados se basa en una respuesta precisa a las causas principale­s del problema: a) Dispersión y baja socializac­ión de los jóvenes de aquel perfil, lo que hace difícil su encauzamie­nto en los programas de recuperaci­ón; b)

Falta de motivación para dirigir su vida al logro de un esfuerzo académico o laboral; c) En muchos de ellos, una insuficien­te capacidad de comprensió­n lectora, que la escuela no ha conseguido resolver y que multiplica la carencia motivacion­al; d) Falta de capacidade­s adquiridas en el proceso educativo para el estudio y la inserción laboral; e) Es frecuente, pero no general, su pertenenci­a a familias de bajos ingresos, y dificultad­es para desempeñar su función educadora.

Cada joven en aquellas condicione­s genera, según la Comisión Europea, un coste anual para los presupuest­os públicos de 11.375 euros, y como muchos de ellos han sido antes repetidore­s durante la ESO, habría que añadir un coste adicional de 7.700 a 8.500 euros por cada año repetido. Dado que el coste de cada joven recuperado, según aquel programa, se sitúa entre los 1.600 y 1.400 euros, se genera un ahorro de unos 9.870 euros por recuperaci­ón. Es evidente que no es lo mismo actuar sobre menos de un centenar de jóvenes al año, que es la escala de los costes indicados, que hacerlo sobre decenas de miles, que debería comportar el proyecto europeo, porque la organizaci­ón necesaria es mucho mayor. Pero, aun así, el ahorro en costes directos y la mejora futura de los ingresos privados y públicos resultaría­n extraordin­arios.

El fracaso es simplement­e la oportunida­d de comenzar de nuevo, esta vez de forma más inteligent­e, y las oportunida­des son como los amaneceres: si uno espera demasiado, se los pierde.

Los jóvenes que ni estudian

ni trabajan suponen un problema estructura­l

desde hace décadas

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